PATRICIA MARÍA URRUTIA GÁLVEZ
Algunos afirman que el amor tiene que ser analizado a través de la razón y no del corazón. Muchas veces me he encontrado en alguna que otra encrucijada amorosa y por lo general tomé por el lado que no correspondía por pensarlo demasiado y creer que lo conveniente era justamente lo lógico.
Otros sostienen que hay que dejarse llevar por el mandato natural de los sentimientos, del corazón. Están convencidos de que a la lógica en el amor no hay que tenerla en cuenta y que nuestros actos deben ser dirigidos nada más que por la pasión. Si muchas veces me equivoqué al ser tan lógico, igual o más veces lo hice por dejarme llevar por ese primer impulso que me hizo golpear la cabeza contra la pared.
Con estas palabras introductorias, a nadie le quedará duda de que mi suerte amorosa ha sido siempre un caos. Y no lo consulté con sicólogo alguno ni con siquiatra ni curandero. Me di cuenta solo, cuando luego de los sucesivos fracasos ponía toda mi voluntad en cambiar. Cuando lo pensaba bien y me iba mal me decía no seas boludo, dale para adelante nomás y entonces en la próxima oportunidad que se me presentaba actuaba como un loco apasionado, a quien no le importaba nada y ¡toc!, nuevo golpe contra la pared. Tendrías que haberlo pensado antes, me reprochaba. Y esa incertidumbre fue una carga insoportable en mi vida pasada, hasta que por fin, creo, que aprendí.
Ocurría que siendo joven, quizás demasiado como para tomar decisiones propias y acertadas, dejé que los otros lo hicieran por mí. «Me da lo mismo», contestaba ante alguna propuesta o «como vos quieras», y no me jugaba nunca.
Es decir, mi indecisión temprana no me permitía la libertad necesaria para actuar, me sentía mal y dejaba a los otros hacer por mí, y cuando asumí la responsabilidad de tomar decisiones, me equivoqué siempre. ¡Tan complicado resultaba todo!
No hace mucho tomé esta decisión de cambiar. No fue fácil, pero poco a poco uno se va acostumbrando a esta nueva vida. Si quiero a una y a otra, ¿por qué tener que elegir? ¿Por qué no tener a las dos juntas? Realmente, las opiniones de los demás me cansaron. ¡¿Por qué demonios no me dejan tranquilo ya?! ¡¿Por qué carajo no me dejan ser feliz?! Si yo las quiero a las dos, ¿por qué me hacen optar? No los quiero escuchar más y ya tomé la decisión. La vieja Olivetti y la notebook tendrán que acostumbrarse a compartir mi vida.
Muy, pero muy bueno. Me quedo con la notebook, aunque la nostalgia de la Olivetti.... no sé, pero la compu me permite corregir más rápido, creo
ResponderEliminarAbrazo
En realidad, Horacio, la vieja Olivetti corre con muchas desventajas. Pero esa nostalgia del primer amor hace que no la tire en el altillo y la deje sobre la mesa, cerca de la compu, aunque sin usar. Un abrazo
ResponderEliminarUy... Me la hiciste creer...Yo dije: bueno, pienso lo mismo, si me pasa, me quedo con los dos. Sí: dije bien "los". Porque me hiciste caer!!!. Ahora, te digo que ya ni tengo máquina de escribir.... qué lástima... Bueno, muy bueno lo tuyo. Rosi.
ResponderEliminarAh, te digo: era la Underwood de que te hablé, se oxidó y mi medio pomelo la tiró a espaldas mías... Qué se la va a hacer... No tenía remedio ya...
ResponderEliminarUno siempre atesora cosas, las guarda por años por la única y sencilla razón de que en alguna época lo hicieron feliz. Como que al conservar ese recuerdo, conserva la felicidad de antaño.
ResponderEliminarYa lo dijo Woody Allen: "Uno no sabe si un recuerdo es algo que tiene o algo que ya perdió"...