Somos
todos inmortales. Ni Gilgamesh, sabio entre los sabios, pastor de Uruk, se lo
hubiese imaginado. Si lo hubiese sabido no habría viajado hasta el fin del
mundo en busca de Utnapishtim para conocer los secretos de la inmortalidad. Si dejamos a un lado la cuestión religiosa, podemos decir que
el Hombre muere en cuerpo y alma, pero hay algo que queda, una esencia, algo
nuestro que cuando partimos se va a esperar su turno a un punto indefinido de
la galaxia, a un lugar etéreo, o a una estrella, quizás. A un camarín,
digamos, donde esperamos regresar a este
mundo material para continuar con la larga historia de la humanidad.
Platón, Heráclito, Tácito y otros tantos intentaron
convencer al Hombre con sus teorías. No es este planteo un intento de
superación a semejantes sabios, pero tengo mi humilde opinión.
La Tierra es un teatro donde Alguien se divierte
haciéndonos actuar. Somos miles de millones de personajes que existimos desde
siempre, desde que uno de nosotros tuvo la suerte —¿o desgracia?— de ser el
primero. Somos un elenco estable que salimos al mundo a vivir, a actuar, a
cumplir una cierta misión, más o menos valiosa, pero una misión al fin. No hace
falta que todos seamos genios u hombres ilustres. Si lo fuéramos, sería un
caos. La cuestión es que a cada uno le llega su turno, su hora de salir a
escena, su papel protagónico.
A ver si se entiende: un día nació —entró en escena—,
por ejemplo, Platón. Cuerpo y alma unidos se pusieron a pensar y dejaron un
mensaje a toda la humanidad. ¿Mensaje superado? Quién sabe si no fue el mismo
Platón —renacido en quién sabe qué otro personaje— el que más tarde se encargó
de perfeccionar sus propias ideas… Pero un día Platón murió. Murió para su
época, para sus parientes y amigos, y se fue a esperar su turno para volver a
uno de los tantos camarines que existen en el universo. Y seguramente volvió,
con otro cuerpo, con otra alma, a cumplir un papel diferente. Quizás en este
nuevo papel tuvo la oportunidad de leer sus propios pensamientos y se asombró…
o no los comprendió y los desechó. Porque cuando volvemos no tenemos memoria de
nuestra vida anterior, no sabemos quiénes fuimos… Y pensándolo bien, en buena
hora que no lo sepamos.
Por eso sostengo que siempre fuimos unas cuantas miles
de millones de almas que hemos sido creadas para formar parte del gran
espectáculo mundial. Mientras al principio salieron a escena unos pocos para
empezar la historia en determinados envases, nuestro Director de Escena fue
advirtiendo que hacían falta más personajes para ir perfeccionando su historia,
pero ¡pobre! No advirtió que sus creaturas eran muy peligrosas y difíciles de
controlar. Porque los que terminaban su ciclo y se morían (salían de escena),
no querían quedarse mucho tiempo en los camarines esperando un nuevo turno. Por
eso al Director de Escena se le quemaron los papeles y el libreto debió sufrir
grandes cambios. Cuando se vio desbordado por tantos actores, quiso solicitar
ayuda, pero a su alrededor solo tenía a sus creaturas. Debió confiar en algunas
de ellas para que lo ayudasen, para que sean sus asistentes. Pero pagó caro su
propia mezquindad. Al no querer hacerlos perfectos, sus asistentes fueron
fácilmente sobornados y dejaron ingresar al mundo a los que más les convenían.
Por eso al principio la humanidad era escasa y ahora ya casi ni cabe en el
planeta. Nuestro Director de Escena nunca quiso hacer actuar a tantos juntos,
sabía que iba a ser difícil de controlar y ahora se defiende como puede.
Me pone la piel de gallina imaginarme en una de las
tantas estrellas esperando mi turno. ¿Habré estado esperando junto con Homero,
o Nerón, o Napoleón, o Aristóteles, o junto con algún labriego de la Edad
Media? ¿Habré sido alguno de ellos en alguna vida anterior? ¿Habré sido famoso
y adinerado o un hombre sencillo que solamente quiso ser feliz? ¿O un verdugo
de hacha en mano haciendo rodar cabezas o un asaltante de diligencias en el
lejano oeste? ¿Habré descubierto la pólvora o algún virus? ¿Habré liberado
países, o descubierto continentes, o gobernado reinos en algún remoto lugar del
mundo? ¿Habré luchado por la paz o colaborado en destruirla? ¿Habré sido un
animal, un lobo o una oveja?
Poca importancia tiene saber qué fui, quién fui.
Saberlo le quitaría misterio a la historia. De lo que puedo estar seguro es que
en mi otra vida -u otras vidas- debí desempeñar un papel muy importante,
protagónico, digamos. Debo haber sido un ser muy influyente en la historia de
la humanidad. Debo haber trabajado muchísimo. Si no, ¿cómo interpretar la
decisión del Director de Escena de darme descanso con este humilde papel de
oficinista de repartición pública que hoy ostento?
Jaja, buenísima tu conclusión. Muy cómica. Me encantó esta entrada. Como dice Dream Theater, the spirit carries on. Las esencias permanecen. Saludos.
ResponderEliminarLA INMORTALIDAD ERA UN LIBRO DE MILAN KUNDERA.
ResponderEliminarbueno oficinista. muy bueno. un cuentito reflexivo. Salud
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