Cuando sus amigos vinieron a buscarlo, Sebastián yacía
en el suelo con los brazos estirados, como crucificado, las piernas un poco
encogidas y una mancha de sangre le servía de almohada. Lo vieron triste, como
si en los últimos momentos de su vida hubiese sufrido alguna desilusión. Tito y
Cabeza no supieron qué hacer. Ni lo tocaron. La pistola quedó en su lugar,
cerca del cuerpo de Sebastián. Sintieron miedo y, sin hablar, se apuraron por
salir de la habitación.
Viviana leía en su cama cuando escuchó el timbre. Oyó
cómo se abría la puerta y la conversación de su madre con Tito y Cabeza. No, no
está en estos momentos, mintió la madre y se fueron sin saber qué hacer.
Viviana debía saber algo. Ellos sabían que la muerte de Sebastián tenía que
tener una explicación, pero ¿por dónde empezar? A Viviana la encontrarían
después. Por ahora tendrían que volver con Sebastián para tratar de sacar algo
en limpio.
Llegaron con la esperanza de ver a Sebastián en la
misma silla de siempre y jugando a los dados. Le dirían que había sido una
broma de bastante mal gusto y que la próxima vez le patearían la cabeza para
comprobar si era cierto que estaba muerto. Abrieron la puerta con violencia,
dispuestos a gritarle de todo, pero el cuerpo de Sebastián no se había movido.
Seguía inmóvil, tirado en esa pieza que muchas veces les había servido como
refugio a los tres. Tenía mala cara, cada vez peor. ¿Por qué habría tomado esa
decisión?
Hicieron memoria antes de ir a la policía. El día
anterior Sebastián había ido a la casa de Viviana pero no sabían para qué.
¿Dónde estaría ahora Viviana? Luego estuvieron los tres juntos en ese mismo
cuarto programando el fin de semana y jugando a los dados. Sebastián no tenía
buena cara, estaba de mal humor… o melancólico. Junto con Tito y Cabeza habían
comenzado a frecuentar a tres nuevas amigas pero Sebastián, curiosamente, no
demostraba entusiasmo. Sin decir una sola palabra, se levantó y se fue. Tito y
Cabeza siguieron la partida hasta tarde y Sebastián no regresó. ¿Por dónde seguir?
Tenemos que avisar a la cana, pensaron al mismo tiempo.
¡Qué boludo este Sebastián! Todos los problemas que se vendrían ahora por todo
esto… ¿No habrá tenido un mejor lugar el boludo para pegarse un tiro? Tito
chistó malhumorado, Cabeza levantó sus hombros y se dirigieron a la comisaría del
barrio. ¿Y a la familia quién le avisa? Se miraron desconcertados. Que se
encargue la cana…
Se levantó violentamente y se puso las zapatillas. ¿Adónde vas, Vivi? Dio dos o tres
explicaciones estúpidas y salió al encuentro de Tito y Cabeza. Corrió como loca
hasta la habitación donde siempre los encontraba y entró sin golpear. Se quedó
inmóvil, fría. No sabía si gritar, llorar o salir corriendo. Pero gritó, gritó
muy fuerte y con mucho dolor. Se arrodilló ante el cuerpo y lloró con
desesperación. Se sintió la persona más desdichada del mundo.
¿Y ustedes quiénes son? Tito y Cabeza no sabían cómo
hacer para convencer a ese milico imbécil de que lo que les estaban diciendo
era verdad. El policía no había tomado seriamente sus palabras y se
fastidiaron. Pidieron hablar con un superior pero el mismo policía les dijo que
se fueran antes de que los encerrara por molestos. Se dirigieron a la Jefatura
de Policía y ahí sí los atendieron con seriedad. Pidieron nombres, datos, direcciones
y los hicieron esperar unos cuantos minutos. Estaban deprimidos y esperaron en
silencio. Al rato llegaron tres policías y les pidieron que los guiaran hasta
el lugar.
La madre de Viviana se reía por dentro mientras leía
la carta. Su hija la tenía muy bien escondida pero para una madre no existen
secretos para los escondites de sus hijos. Su curiosidad la había llevado a
buscar esa carta a la que Viviana había denominado una gansada de Sebastián.
Sabía la madre del amor que Sebastián sentía por su hija pero esta, con una
indiferencia exagerada, no respondía a ese sentimiento. Sonrió. Murmuró un ¡qué
loco! y pensó que a pesar de los doce años con los que contaba Sebastián era
una carta muy adulta. ¿Matarse?¸ pensó y volvió a sonreír. Meneó la cabeza, murmuró
¡ay, estos chicos…!, guardó la carta y siguió con las tareas de la casa.
Regresó a sus doce años, a esa felicidad inocente que tanto añoraba y que ahora
estaba viviendo y disfrutando su hija.
Cuando abrieron la puerta, Tito se descompuso. Cabeza
lo sostuvo con sus brazos pero casi terminaron los dos en el piso. La policía
no lo podía creer. Los vecinos empezaron a amontonarse en la puerta. Tito y
Cabeza se largaron a llorar. Sus doce años no estaban preparados para
presenciar semejante cuadro. Sebastián había cambiado de color y su cara ya no
estaba triste. Viviana yacía sobre él con el revólver en la mano derecha y un
tiro en la sien.
1991
No hay comentarios:
Publicar un comentario