miércoles, 11 de mayo de 2005

SAPO DE OTRO POZO


La del viernes 17 de junio de 2005 fue la noche esperada. Pero no fácil para él. El haberse alejado hace ya tiempo de su ciudad natal había significado también el distanciamiento de ciertos ritos nocturnos que alguna vez supo compartir con sus amigos.
El comienzo de la noche fue muy bueno. Dos chivitos fueron asados en estacas sobre generosos leños y bajo una garúa persistente. Otro chivito, más protegido y sobre brasas abundantes, fue cocinado al punto exacto. ¿Qué punto no hubiese sido exacto para unas veinte almas hambrientas? Fue hermoso además compartir el vino, las bromas, las partidas de truco, los recuerdos, las gastadas, las pitadas, los abrazos y la música. Fue bueno ponerse al día en asuntos de familia, trabajos, locuras, en fin, en temas de la vida. Y fue muy bueno darse cuenta de que después de tantos años todavía estaban ahí, todos juntos, cada vez más, con un mismo objetivo: compartir, disfrutar, vivir el momento, olvidar, recordar... Todo esto fue bueno para él.
Pero lo que prometía ser una noche perfecta poco a poco fue convirtiéndose en una situación que, creía, ya formaba parte de su pasado. Y no fue porque sus amigos no hubiesen cambiado en nada desde aquellos tiempos, sino porque seguramente había sido el maldito tiempo el que lo había llevado por delante a él.
La comida se terminó. El alcohol también. Las partidas de truco comenzaron a hacerse monótonas y los ánimos de viernes por la noche parecieron revivir en todos. El ruido de la nocturnidad hizo su llamado y aceptó sin mayores reparos la invitación.
Con sus amigos de siempre ingresó a un mundo olvidado hacía mucho tiempo, tanto que no recordaba siquiera haberlo aceptado como algo valedero en el tiempo de su adolescencia. Apenas se abrió la puerta advirtió que ahí adentro había más gente que la necesaria. Al menos para él, simple sapo de otro pozo. El humo, las luces difusas y el ruido lo transportaron inmediatamente a una etapa de su vida en la que, recordaba, ya rechazaba los lugares como ese. La música que escuchó era la misma que siempre había odiado en aquella época, a la que llamaban disco, bolichera, y ahora tecno, marcha. ¿La diferencia entre ambas épocas?: la tecnología, nada más.
Se abrieron camino empujando cuerpos un tanto estáticos rumbo a... ¿qué sabía él lo que había en el fondo? A su alrededor hombres y mujeres no tan jóvenes —¿de su edad?— sonreían, bebían, fumaban, no hablaban y movían sus labios al ritmo del dance.
Unos minutos después de haber ingresado, y ya casi en el fondo del local, presenció la situación que, en definitiva, sería la que le hiciera tomar la decisión de abandonar el lugar pocos minutos después: el ruido computarizado de música latosa y ritmo fabricado seguramente por un corazón de plástico, se escuchaba a todo volumen, ensordecedor, cuando frente a sí un hombre de unos treinta y pico o cuarenta años, subido a una pequeña mesa, dirigía su vista al techo sin mirar mientras levantaba sus brazos siguiendo el ritmo del ruido y meneaba todo su cuerpo. Pero lo que más rechazo le causó es que lo hacía solo y parecía gozar. Rito onanista, pensó. Durante unos segundos se interrogó: ¿repararía alguien —de uno u otro sexo— en ese hombre, sin sentir el rechazo que él estaba sintiendo en esos momentos? ¿Qué pretendía un ser humano con esa actitud? ¿Estaba normal? ¿Estaría planteando una forma de escapismo momentáneo y fugaz del mundo exterior? ¿Sería así en su vida cotidiana? La respuesta apareció en su mente de manera instantánea: era así, sentía así y por eso estaba ahí, junto a otros cientos igual a él, bailando solo, gozando solo, y en ese mismo lugar estaba inmerso él, perdiendo sueño, perdiendo vida...
Y no lo soportó más. Palmeó la espalda de sus amigos, hizo un gesto de despedida —imposible hablarles y menos ponerse a fundamentar su decisión— y se fue, abriéndose camino entre las mismas personas con los que alguna vez, en la adolescencia, seguramente había compartido los mismos sitios, por aquellos tiempos —quizás— en forma si bien no justificada, al menos comprensible.


2005