jueves, 21 de octubre de 2010

CARBAJAL, José: La música popular de luto

¡Ah, carajo, si habré escuchado este tema en el Winco cuando era chico...!

José María Carbajal Pruzzo (Puerto Sauce, Juan Lacaze, 8 de diciembre de 1943 - Villa Argentina, Canelones, 21 de octubre de 2010), conocido como "El Sabalero", fue un cantante, compositor y guitarrista uruguayo, autor e intérprete de varias canciones exitosas como Chiquillada, A mi gente y La Sencillita.

viernes, 15 de octubre de 2010

ALMENDRA: Muchacha ojos de papel

"La consumación de una noche íntima es el tema de esta letra. Está en línea con otras de la generación del rock -"Catalina Bahía" de Pedro y Pablo, especialmente- y con algunas de Serrat (...) Tal vez lo más llamativo de esta gala del amor en segunda persona sea la relación equitativa entre los sujetos que se aman. No hay ni rastros de esos tortuosos encuentros de amor prohibido o socialmente complicado: nada más alejado de una increpación que "Muchachas ojos de papel". En ese sentido la canción de Spinetta es un dato de época muy locuaz: no solo presenta modos de relación relativamente temerarios para la Argentina de la dictadura de Onganía -la idea de una sexualidad libre, lúdica y sin culpa era por esos años algo más deseado que vivido-, sino también un determinado programa moral que, todo parecía indicar, se desarrollaría en el porvenir. Eso era beat, eso era hippie:
Duerme un poco y yo entretanto construiré / un castillo con tu vientre hasta que el sol, / muchacha, te haga reír / hasta llorar, hasta llorar".
(De "Canciones argentinas -1910/2010" de Sergio Puyol. Bs. As., Emecé, 2010)

martes, 12 de octubre de 2010

EL ÚLTIMO ADIÓS

Parecía un gran felpudo, o una enorme madeja de lana negra. Apenas si se movía. No muchos pensamientos pasaban por esa mente desesperada. Hacía ya unas cuantas horas que estaba allí, en un rinconcito oscuro de una casa que no le pertenecía, que nunca había visto ni respirado. Ahora lo hacía, con un gran esfuerzo. Veía apenas sombras que pasaban de un lado a otro, que se le acercaban. Sentía de vez en cuando sobre su cabeza una caricia y algún murmullo que no alcanzaba a entender. No quería pensar en lo que había pasado horas antes, en el parque, cuando sintió en su piel un estremecimiento que nunca había sentido, cuando percibió un aroma desconocido: riquísimo, dulcísimo, afrodisíaco e irresistible. Qué emoción enorme sintió cuando la vio por primera vez... Pero no quería pensar en lo que ya había pasado. En ella tampoco. Ahora tenía ganas de pensar en cosas más importantes y urgentes. No quería estar más en esa casa desconocida y fría. Quería estar en su casa, calentito, con su gente, con su familia. ¿Dónde están ahora? ¿Por qué no vienen a buscarme? Sentía cada vez más frío y nadie le ponía una manta encima. ¿No me ven temblar? Otra caricia y otro murmullo. El amor es a veces traicionero. ¿Por qué será tan complicado amar? Sintió que le pasaron un trapo húmedo y frío por la panza y sintió un ardor que lo manifestó con un reflejo imperceptible. Estaba débil y ansioso. Quería ver bien pero no podía. Poco a poco iba sintiendo que ya no le quedaba nada por hacer. Solo quería que vengan a verlo... No le faltaba paciencia. Una sombra enorme se le acercó y le frotó suavemente un algodón húmedo sobre su nalga. Olor fuerte. Y un pinchazo. Ni siquiera gimió. Le dolió, pero no tenía ganas de gastar fuerzas en pequeñeces. Tenía que guardarlas, tenía que ser fuerte y esperar que lo vengan a buscar. ¿Es que no sabrán que estoy acá? Un sonido agudo lo sobresaltó. Una sombra pasó a su lado casi corriendo. Escuchó murmullos y le pareció ahora entender un poco más. Reconoció una voz. Lentamente, otra sombra, que se hacía cada vez más perceptible a su vista, se le acercó. Y escuchó una palabra que hacía horas estaba esperando escuchar: su nombre.
-Júpiter... -dijo una voz triste y dulce.
Comenzó a escuchar un poco mejor. Los murmullos se iban convirtiendo en palabra sueltas que ahora sí entendía. Unos perros enormes... y más murmullos. Era una perra..., pensó él mientras el murmullo lo contradecía. Como cinco... lo agarraron entre todos..., escuchaba. Era una perra hermosa..., siguió pensando. El veterinario... y murmullos.
Abrió los ojos lo más que pudo. Lo hizo con dificultad pero pudo hacerlo al fin. De reojo miró hacia arriba y la nebulosa se le fue aclarando de a poco hasta reconocer la cara llorosa de Pedro que lo miraba y le acariciaba suavemente su cabeza. Por fin lo habían ido a buscar. No alcanzó a cerrar los ojos. Un rápido estremecimiento fue el principio de su eternidad.