viernes, 20 de agosto de 2021

AMORES SON AMORES



Cuando sus amigos vinieron a buscarlo, Sebastián yacía en el suelo con los brazos estirados, como crucificado, las piernas un poco encogidas y una mancha de sangre le servía de almohada. Lo vieron triste, como si en los últimos momentos de su vida hubiese sufrido alguna desilusión. Tito y Cabeza no supieron qué hacer. Ni lo tocaron. La pistola quedó en su lugar, cerca del cuerpo de Sebastián. Sintieron miedo y, sin hablar, se apuraron por salir de la habitación.
Viviana leía en su cama cuando escuchó el timbre. Oyó cómo se abría la puerta y la conversación de su madre con Tito y Cabeza. No, no está en estos momentos, mintió la madre y se fueron sin saber qué hacer. Viviana debía saber algo. Ellos sabían que la muerte de Sebastián tenía que tener una explicación, pero ¿por dónde empezar? A Viviana la encontrarían después. Por ahora tendrían que volver con Sebastián para tratar de sacar algo en limpio.
Llegaron con la esperanza de ver a Sebastián en la misma silla de siempre y jugando a los dados. Le dirían que había sido una broma de bastante mal gusto y que la próxima vez le patearían la cabeza para comprobar si era cierto que estaba muerto. Abrieron la puerta con violencia, dispuestos a gritarle de todo, pero el cuerpo de Sebastián no se había movido. Seguía inmóvil, tirado en esa pieza que muchas veces les había servido como refugio a los tres. Tenía mala cara, cada vez peor. ¿Por qué habría tomado esa decisión?
Hicieron memoria antes de ir a la policía. El día anterior Sebastián había ido a la casa de Viviana pero no sabían para qué. ¿Dónde estaría ahora Viviana? Luego estuvieron los tres juntos en ese mismo cuarto programando el fin de semana y jugando a los dados. Sebastián no tenía buena cara, estaba de mal humor… o melancólico. Junto con Tito y Cabeza habían comenzado a frecuentar a tres nuevas amigas pero Sebastián, curiosamente, no demostraba entusiasmo. Sin decir una sola palabra, se levantó y se fue. Tito y Cabeza siguieron la partida hasta tarde y Sebastián no regresó. ¿Por dónde seguir?
Tenemos que avisar a la cana, pensaron al mismo tiempo. ¡Qué boludo este Sebastián! Todos los problemas que se vendrían ahora por todo esto… ¿No habrá tenido un mejor lugar el boludo para pegarse un tiro? Tito chistó malhumorado, Cabeza levantó sus hombros y se dirigieron a la comisaría del barrio. ¿Y a la familia quién le avisa? Se miraron desconcertados. Que se encargue la cana…
Se levantó violentamente y se puso las zapatillas. ¿Adónde vas, Vivi? Dio dos o tres explicaciones estúpidas y salió al encuentro de Tito y Cabeza. Corrió como loca hasta la habitación donde siempre los encontraba y entró sin golpear. Se quedó inmóvil, fría. No sabía si gritar, llorar o salir corriendo. Pero gritó, gritó muy fuerte y con mucho dolor. Se arrodilló ante el cuerpo y lloró con desesperación. Se sintió la persona más desdichada del mundo.
¿Y ustedes quiénes son? Tito y Cabeza no sabían cómo hacer para convencer a ese milico imbécil de que lo que les estaban diciendo era verdad. El policía no había tomado seriamente sus palabras y se fastidiaron. Pidieron hablar con un superior pero el mismo policía les dijo que se fueran antes de que los encerrara por molestos. Se dirigieron a la Jefatura de Policía y ahí sí los atendieron con seriedad. Pidieron nombres, datos, direcciones y los hicieron esperar unos cuantos minutos. Estaban deprimidos y esperaron en silencio. Al rato llegaron tres policías y les pidieron que los guiaran hasta el lugar.
La madre de Viviana se reía por dentro mientras leía la carta. Su hija la tenía muy bien escondida pero para una madre no existen secretos para los escondites de sus hijos. Su curiosidad la había llevado a buscar esa carta a la que Viviana había denominado una gansada de Sebastián. Sabía la madre del amor que Sebastián sentía por su hija pero esta, con una indiferencia exagerada, no respondía a ese sentimiento. Sonrió. Murmuró un ¡qué loco! y pensó que a pesar de los doce años con los que contaba Sebastián era una carta muy adulta. ¿Matarse?¸ pensó y volvió a sonreír. Meneó la cabeza, murmuró ¡ay, estos chicos…!, guardó la carta y siguió con las tareas de la casa. Regresó a sus doce años, a esa felicidad inocente que tanto añoraba y que ahora estaba viviendo y disfrutando su hija.
Cuando abrieron la puerta, Tito se descompuso. Cabeza lo sostuvo con sus brazos pero casi terminaron los dos en el piso. La policía no lo podía creer. Los vecinos empezaron a amontonarse en la puerta. Tito y Cabeza se largaron a llorar. Sus doce años no estaban preparados para presenciar semejante cuadro. Sebastián había cambiado de color y su cara ya no estaba triste. Viviana yacía sobre él con el revólver en la mano derecha y un tiro en la sien.

1991


lunes, 2 de agosto de 2021

COMENTARIO INFUNDADO


Me cruzó con mirada penetrante, inquisidora, y quiso averiguar:
—¿Es cierto lo que se comenta de vos…? 
—No, no es cierto —me apresuré a interrumpir sin vergüenza.
—¡Ja! Ya me parecía… —razonó la joven.
Todavía hoy muero por saber lo que a esos ojos verdes le han dicho de mí.