sábado, 25 de agosto de 2012

6 - ¡FELIZ NAVIDAD!



Aquel que ha vivido libre
de cruzar por donde quiera,
se aflige y se desespera
de encontrarse allí cautivo;
es un tormento muy vivo
que abate la alma mas fiera.

Martín Fierro

Hermanos: nadie está aquí presente en vano. El Señor, como siempre, nos reunió una vez más en su casa para brindarnos su amor. Y hoy es un día muy especial para nosotros, los cristianos. Esta noche nuevamente nacerá Jesús en cada uno de los hombres que habitan el mundo, fieles o no, creyentes o ateos. Hoy es Nochebuena y mañana, Navidad. Muchos de ustedes están lejos de su ciudad, muchos de ustedes sufren por no poder estar hoy con sus familias, con sus amigos o con su novia... Pero no es razón para ponerse tristes, el Señor los acompaña...

La noche estaba llegando lentamente y el cielo poco a poco iba tomando un color negruzco. Empezaban a brillar las primeras estrellas. La luna, todavía opaca, dejaba ver su bello cuerpo ovoidal allá, en el sur celestial. El día había sido pesado para todos los allí presentes, en esa misa improvisada al aire libre pero con un lujoso altar. No todos estaban con el mismo estado de ánimo. Algunos sonreían, otros permanecían serios, otros, sin ganas, observaban al sacerdote sin prestarle atención.

Tienen que tener en cuenta, hermanos, que no están aquí sin razón; están prestando un servicio valiosísimo, que no muchos tienen el orgullo de hacerlo. Hoy les toca a ustedes servir a la Patria lejos de sus hogares en el día de Navidad. Algunos quizás esta noche, cuando sean las doce, estarán sosteniendo el fusil; otros, quizás, estén durmiendo. Pero háganlo con la frente alta, siéntanse orgullosos de ustedes mismos al pensar que aquí adentro están defendiendo la soberanía de nuestra tierra, de nuestra hermosa tierra argentina que hoy, terminando el año 1982, vive una época de paz y bienaventuranza gracias a estos años de reconstrucción que nuestro actual gobierno supo conseguir, combatiendo las fuerzas del mal con ahínco, fortaleza y justicia...

Todos sabían que debajo de esa sotana, sobre esos hombros de sacerdote, se escondían jinetas que lo identificaban como Capitán de Fragata. Todos, oficiales, suboficiales y conscriptos, todos sabían que era un cura militar, que hoy trataba de hablar en nombre de Dios; que hoy trataba de festejar una Navidad diferente para muchos, habitual para otros; que trataba de hacer florecer esperanza en corazones que solo latían porque sus organismos lo disponían.

Piensen que hoy sus padres estarán orgullosos de ustedes; sí, de ustedes, sus hijos que aquí están cumpliendo con una ley nacional. Orgullosas deben estar sus amigas o novias, al sentirlos cerca, espiritualmente cerca. Orgullosos sus hermanos, entrañables hermanos que seguramente hoy rezarán una oración al Señor por ustedes. Orgullosos todos los seres queridos que hoy al levantar sus copas a las doce de la noche, brindarán con felicidad por cada uno de ustedes, por cada uno de sus hijos, novios, hermanos que no están presentes. Y por sobre todas las cosas, los que tienen que estar orgullosos son ustedes mismos, hermanos. Ustedes que con gran hombría pueden sobrellevar el dolor de la distancia, y que con esa misma hombría tienen el valor de cuidar y defender a su querida Patria, tal como lo hicieron otros hijos y hermanos en Malvinas meses atrás...

Muchos se miraron seriamente, sin pronunciar una sola palabra. Sus gestos expresaban lo suficiente como para saber y comprender lo que pensaban. Muchos de los presentes habrán pensado en sus familias, en las doce de la noche, en una copa de cristal con espumante sidra fría. Seguramente alguno, para no dejar caer una lágrima por su mejilla, tuvo que hacer un gran esfuerzo interior; no se podía llorar en público, las risas se desatarían indudablemente al ver esa lágrima recorrer lentamente el rostro frío de algunos de los presentes.

Hoy, hermanos, tenemos que hacer fuerza todos juntos para que este, nuestro gran país, siga avanzando como lo viene haciendo hacia el mañana que todos esperamos, un mañana de paz y felicidad. Hoy, hermanos, tenemos que pensar que el futuro es nuestro y que mientras sigamos aplicando nuestros ideales en forma digna y justa, seguramente lograremos salir adelante. Hoy pediremos al Señor por nuestras familias, por nuestros amigos, por todo el mundo, para que esta Navidad llegue a todos los hogares con el amor, con la prosperidad y con la fe que la caracteriza. Hoy pediremos por nuestros difuntos, por su esperanza en la resurrección. No nos podemos olvidar de nuestros hermanos que, con gran valor, defendieron la soberanía de nuestras islas, y que hoy descansan en el sueño eterno bajo la tierra fría de nuestra Patria. Como así tampoco debemos olvidarnos de todos nuestros hermanos que cayeron en la lucha contra el terrorismo satánico que se implantó en Argentina, a  la que quisieron destruir inculcando ideas contrarias a la moral e ideología cristiana, ideas de una izquierda que lucha para lograr la deshumanización del hombre en nombre de quién sabe qué objetivo oscuro y maligno que desean imponer. Hermanos, agradezcamos al Señor por esta vida tan hermosa que nos ha brindado, por este pueblo argentino orgulloso de su país, por esta nueva Navidad que El quiso que pasemos aquí, lejos de los nuestros; por su gran misericordia y su eterno perdón...

Ya estaba oscuro totalmente. La noche había llegado. Las estrellas eran innumerables y la luna ahora brillaba fantásticamente en lo alto. Una brisa fría corrió por los cuerpos inmóviles de los concurrentes a misa. A trescientos metros de allí, el mar llegaba manso a las playas vírgenes de un lugar extraño. A lo lejos se divisaban tres o cuatro buques inmóviles, con sus luces encendidas, brillantes y pequeñas. La iluminación artificial apenas alcanzaba para ver no más allá del altar.

No olvidemos, hermanos, que el Señor es sabio y todopoderoso. Cada uno tiene justificada la existencia y cada uno de nosotros está aquí porque El lo quiso. Les pido que piensen en sus futuros hijos (Yo ya tengo dos —pensó uno de los colimbas), piensen cuando les cuenten sus experiencias vividas aquí, en el servicio militar. ¡Cuántas anécdotas para contar! Piensen en el entusiasmo con que sus hijos escucharán sus relatos. Piensen que quizás el día de mañana les tocará a ellos estar en el lugar en que ahora están ustedes (¡La boca se te haga a un lado y se te llene de mierda! —pensó otro). Hermanos, las Fuerzas Armadas de la Nación están orgullosas de ustedes, de todos los ciudadanos argentinos que con orgullo cumplen con su obligación. Gracias a ustedes hoy el país puede seguir luchando por sus derechos... Hermanos, ha llegado el momento de marchar. Espero que pasen una Navidad feliz a pesar de la distancia. Recuerden: el Señor está con nosotros en cada momento, sea bueno o malo... Hermanos, el Señor esté con vosotros (Y con tu espíritu). En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Amén). Hermanos, podéis ir en paz (Demos gracias al Señor).

El murmullo comenzó poco a poco a flotar en el aire hasta que se hizo una conversación en voz normal y confundida. Comentarios y opiniones comenzaron a pasar de boca en boca. Un leve desorden se notó en la formación. Los gritos se precipitaron: ¡Atención! La inmovilidad fue instantánea; salvo los oficiales y suboficiales, todos permanecieron quietos y en silencio. ¡A formar! La rapidez de los conscriptos no dejaba divisar perfectamente el movimiento de sus botas. ¡Fir - mes! Ya estaban todos en perfecta formación, respondiendo como títeres a la voz de mando. Irían a cenar (¿pollo al horno con papas?, ¿cerdo asado?, ¿ensalada rusa?, ¿vino blanco?). A las doce quizás algunos estarían durmiendo y otros despiertos con un fusil al hombro. ¡De frente... mar! El golpe de las botas contra el piso fue rotundo y uniforme, como máquinas marcaban el paso los conscriptos rumbo al comedor. ¡Izquier, dos, tres, cuatro, izquierda, derecha, izquierda! Todos callados, vista al frente, sacando pecho, moviendo rítmicamente el brazo derecho y la mano hacia la hebilla, e inmóvil el izquierdo tomado del cinto de combate. Uno de los conscriptos pensó en su familia, en sus amigos. Miró el cielo estrellado y vio la luna enorme e implacable. Miró a sus compañeros y volvió la vista al mar. ¿Demos gracias al Señor?, se preguntó.

lunes, 6 de agosto de 2012

SOBRE LA INMORTALIDAD





Somos todos inmortales. Ni Gilgamesh, sabio entre los sabios, pastor de Uruk, se lo hubiese imaginado. Si lo hubiese sabido no habría viajado hasta el fin del mundo en busca de Utnapishtim para conocer los secretos de la inmortalidad. Si dejamos a un lado la cuestión religiosa, podemos decir que el Hombre muere en cuerpo y alma, pero hay algo que queda, una esencia, algo nuestro que cuando partimos se va a esperar su turno a un punto indefinido de la galaxia, a un lugar etéreo, o a una estrella, quizás. A un camarín, digamos,  donde esperamos regresar a este mundo material para continuar con la larga historia de la humanidad.
Platón, Heráclito, Tácito y otros tantos intentaron convencer al Hombre con sus teorías. No es este planteo un intento de superación a semejantes sabios, pero tengo mi humilde opinión.
La Tierra es un teatro donde Alguien se divierte haciéndonos actuar. Somos miles de millones de personajes que existimos desde siempre, desde que uno de nosotros tuvo la suerte —¿o desgracia?— de ser el primero. Somos un elenco estable que salimos al mundo a vivir, a actuar, a cumplir una cierta misión, más o menos valiosa, pero una misión al fin. No hace falta que todos seamos genios u hombres ilustres. Si lo fuéramos, sería un caos. La cuestión es que a cada uno le llega su turno, su hora de salir a escena, su papel protagónico.
A ver si se entiende: un día nació —entró en escena—, por ejemplo, Platón. Cuerpo y alma unidos se pusieron a pensar y dejaron un mensaje a toda la humanidad. ¿Mensaje superado? Quién sabe si no fue el mismo Platón —renacido en quién sabe qué otro personaje— el que más tarde se encargó de perfeccionar sus propias ideas… Pero un día Platón murió. Murió para su época, para sus parientes y amigos, y se fue a esperar su turno para volver a uno de los tantos camarines que existen en el universo. Y seguramente volvió, con otro cuerpo, con otra alma, a cumplir un papel diferente. Quizás en este nuevo papel tuvo la oportunidad de leer sus propios pensamientos y se asombró… o no los comprendió y los desechó. Porque cuando volvemos no tenemos memoria de nuestra vida anterior, no sabemos quiénes fuimos… Y pensándolo bien, en buena hora que no lo sepamos.
Por eso sostengo que siempre fuimos unas cuantas miles de millones de almas que hemos sido creadas para formar parte del gran espectáculo mundial. Mientras al principio salieron a escena unos pocos para empezar la historia en determinados envases, nuestro Director de Escena fue advirtiendo que hacían falta más personajes para ir perfeccionando su historia, pero ¡pobre! No advirtió que sus creaturas eran muy peligrosas y difíciles de controlar. Porque los que terminaban su ciclo y se morían (salían de escena), no querían quedarse mucho tiempo en los camarines esperando un nuevo turno. Por eso al Director de Escena se le quemaron los papeles y el libreto debió sufrir grandes cambios. Cuando se vio desbordado por tantos actores, quiso solicitar ayuda, pero a su alrededor solo tenía a sus creaturas. Debió confiar en algunas de ellas para que lo ayudasen, para que sean sus asistentes. Pero pagó caro su propia mezquindad. Al no querer hacerlos perfectos, sus asistentes fueron fácilmente sobornados y dejaron ingresar al mundo a los que más les convenían. Por eso al principio la humanidad era escasa y ahora ya casi ni cabe en el planeta. Nuestro Director de Escena nunca quiso hacer actuar a tantos juntos, sabía que iba a ser difícil de controlar y ahora se defiende como puede.
Me pone la piel de gallina imaginarme en una de las tantas estrellas esperando mi turno. ¿Habré estado esperando junto con Homero, o Nerón, o Napoleón, o Aristóteles, o junto con algún labriego de la Edad Media? ¿Habré sido alguno de ellos en alguna vida anterior? ¿Habré sido famoso y adinerado o un hombre sencillo que solamente quiso ser feliz? ¿O un verdugo de hacha en mano haciendo rodar cabezas o un asaltante de diligencias en el lejano oeste? ¿Habré descubierto la pólvora o algún virus? ¿Habré liberado países, o descubierto continentes, o gobernado reinos en algún remoto lugar del mundo? ¿Habré luchado por la paz o colaborado en destruirla? ¿Habré sido un animal, un lobo o una oveja?
Poca importancia tiene saber qué fui, quién fui. Saberlo le quitaría misterio a la historia. De lo que puedo estar seguro es que en mi otra vida -u otras vidas- debí desempeñar un papel muy importante, protagónico, digamos. Debo haber sido un ser muy influyente en la historia de la humanidad. Debo haber trabajado muchísimo. Si no, ¿cómo interpretar la decisión del Director de Escena de darme descanso con este humilde papel de oficinista de repartición pública que hoy ostento?