domingo, 26 de septiembre de 2010

GENTE DE MIERDA

Te escuchan atentamente esperando el momento y las palabras exactas en tu boca para decirte que sos un boludo, para hacerte ver cuán equivocado vas por la vida, y te refriegan con una sonrisa en el rostro tus “errores”, esos que ellos descubren pero que vos ni siquiera los considerás tales.
Llegás tarde, unos minutos. Te da bronca porque sabés que los que hacen todo bien y siempre llegan a horario —incluso mucho antes del horario acordado— te esperan, ansiosos, para hacerte sentir una auténtica basura. Y así pasa, no te equivocás con el pronóstico, y cuando llegás, automáticamente todos miran su reloj pulsera y te largan la obviedad: “Llegás tarde”. Masticás un poco tu bronca porque podrían haberse ahorrado el estúpido comentario. No entienden cómo llegás tarde, cuando ellos pueden llegar cuarenta y cinco o cincuenta minutos antes. No entienden cómo vos te levantás cuando ellos ya se tomaron dos pavas de mates e hicieron todo lo que tenían programado para hacer en la mañana. No entienden cómo preferís quedarte en tu casa, con los tuyos, cuando ellos tranquilamente salen (se escapan) de la suya antes del amanecer para no encontrarse con su familia.
No te comprenden.
Su atención está en lo que vos hacés y esperan, impacientes, el momento del error. Ellos te vigilan de reojo y se sienten satisfechos cuando con una sonrisa te advierten el yerro. Ellos no se equivocan nunca, porque nunca hacen nada. Pero si se equivocan, el error no les pertenece; se lo adjudican a otro. Y siguen esperando el tuyo.
Si se enteran antes que vos de una noticia o información “importante” (por ejemplo, qué negocio abrió o cerró en el centro), te lo refregarán en la cara porque ellos saben todo. Si no conocés a fulanito, el esposo de la tarada que vive en frente de la casa roja que está cerca de la casa de mengano, el pelado dueño del restorán X, vivís en una “nube de pedo” y tu vida no tiene sentido. Pero te insisten porque seguro que lo conocés, no podés no conocerlo, no podés ser tan tarado.
Y ojo con portar título universitario. Porque el Dr. Pepe y la Dra. Pepa no saben nada. “¡Profesionales… puaj! Hoy cualquier estúpido se recibe y le dan un título”. ¿Tu hijo sacó mala nota, le pusieron amonestaciones o te llamaron para una reunión de padres? “Docentes y basta. Son todos unos tarados, no saben ya qué boludez hacer. ¡Así está la educación en este país!”. Y te refriegan que ellos jamás fueron a una reunión de padres porque sus hijos eran perfectos… o porque directamente no tienen hijos, pero seguramente no hubiesen ido porque sus hijos hubiesen sido perfectos, o casi. Además, nunca sintieron la necesidad de tener un título universitario… Para ser buenas personas, no es necesario tener uno, aducen con orgullo.
Y son guardianes del orden social. No dan marcha al auto sin antes tener su cuerpo sujetado al cinturón de seguridad. Por su seguridad y la de los demás. Seguro que vos no lo hacés. Clasifican la basura orgánica e inorgánica y la sacan en los días que corresponde, a la hora que corresponde, en la bolsa que corresponde, con el peso que corresponde y la colocan ordenadamente en el canasto, como corresponde. Seguro que vos no lo hacés. Caminan derecho, con la frente alta, seguro de sí mismos (no con las manos en los bolsillos y sin apuro) y jamás cruzarían una calle si no es por la senda peatonal de las esquinas. Vos jamás lo hacés ni lo harías. Tienen los impuestos abonados al día y no cometen infracciones. ¿Vos los pagás? ¿Usás casco cuando vas en moto? Después no te quejés cuando te hagan la multa. ¡Bien puesta estará! Condenan a los que consumen alcohol (sean mayores o menores de edad) y opinan/dictaminan a qué lugar pueden ir, a qué hora entrar, a qué hora salir, cómo ir vestidos y cómo comportarse en el interior del lugar. Festejan por cada clausura de bar, confitería bailable, pub o cualquier lugar donde la juventud se junte a divertirse. No soportan la alegría ajena.
¿Gastaste mucha luz? ¡Y si tus hijos están todo el día con la computadora encendida! ¿Mucho gas? ¡Si no hace frío! No entienden cómo podés tener los calefactores encendidos todo el invierno. ¿Hacés baldear la vereda de tu casa en los días y horarios no permitidos? Piensan en denunciarte, seguro, pero se conforman con martirizarte: “Cuando en el verano no haya agua, ya sé de quién me voy a acordar…”, te refriegan en la cara.
¿No te alcanza la plata? ¿Cuánto ganás? ¿En qué la gastás? ¿Cómo puede ser? ¿No llevás un control? ¿Cuántas veces vas al supermercado en una semana? Hay que ir solo los viernes, o los jueves, un solo día a la semana. Si vas todos los días, obvio que no te va a alcanzar la plata. ¿Para qué comprás comida hecha? Además, si salís a comer afuera, después no te quejés.
Te quejaste del calor, o del adoquinado, o del tránsito. O se te ocurrió manifestar un sentimiento de melancolía por extrañar tu ciudad natal. Lo hiciste inconscientemente pero de corazón. Inmediatamente sonríen, se refriegan las manos con ganas y con el tonito más hiriente que pueden encontrar, te la mandan a guardar sin anestesia: “¿Por qué no te volvés a tu ciudad, que allá está todo lindo? ¿Qué hacés todavía acá?”.
Son todas personas correctas, a no dudarlo. No dudan en decirte “salud” apenas estornudás; no discriminan jamás, son “derechos y humanos” (aunque esta ciudad se llenó de villas miserias; en el centro está lleno de negros y no se puede caminar tranquilo; los que vienen de afuera hicieron crecer la inseguridad; la culpa es del gobierno porque les da casas; estamos trabajando para usted…); jamás se olvidan alguna pertenencia en su lugar de trabajo ni dejan pasar ningún compromiso por alto: está todo debidamente agendado.
Se alegran cuando llueve, pero que no caiga tanta agua porque eso le hace mal a la soja, y además, con mucha agua en el piso no se puede cosechar. Y en épocas de sequía viven con la cara larga, preocupados. Seguramente se va a perder la cosecha. Y ni hablar del precio de los tractores, de los insumos y de los impuestos que deben pagar los dueños de la tierra. No son dueños de la tierra y nunca lo serán, pero hay que ver lo solidario que son con esas pobres personas...
Viven pendientes del servicio meteorológico, esperando eternamente que llueva en época de sequía o que salga el sol en épocas de lluvias. Nunca están conformes y siempre esperan el cambio de luna para que se produzca alguna modificación en el tiempo. O para cortarse el pelo. Si el cielo se pone negro, trae piedra: si está rojizo, viento. Si el viento es del oeste, trae lluvia; si es del sur, frío; si es del norte, calor; si es del este, peste. No obstante ello, el 95% de sus predicciones son incorrectas.
Y cuando después de pensar y pensar en todo esto no abrís la boca, estás ensimismado, te machacan que sos un aburrido, mala onda y “¡siempre con la misma cara de culo!”. Cuando hablás se sorprenden: “¡Ah! ¿Te despertaste por fin?”. Y querés mandarlos a la remierda pero te aguantás, ahorrás saliva y no desperdiciás tu atención en ellos, por eso seguís guardando silencio y pensando que querés vivir tu vida con quien vos realmente querés vivirla, la vida que vos querés y elegiste vivir, lejos de esa gente de mierda.

jueves, 16 de septiembre de 2010



PARA ENCONTRARSE A UNO MISMO NO ES NECESARIO CAMINAR MUCHO. SE LOS DIGO YO, QUE ME HE RASTREADO POR TODAS PARTES Y ME ENCONTRÉ EN EL PATIO DE MI CASA, CUANDO YA ERA DEMASIADO TARDE...
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Alejandro Dolina


M.C. Escher (Holanda, 1898/1972): Relativitat, 1953, litografia

domingo, 5 de septiembre de 2010

DOLINA, Alejandro: La decadencia de la amistad (fragm.)

Hermenegildo Sábat
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(de "Crónicas del Ángel Gris")
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La amistad debe nacer en la juventud o en la infancia. Nuestros amigos son aquellos que aprenden junto a nosotros o, mejor todavía, los que viven aventuras a nuestro lado. Y por lo general, la gente aprende y vive aventuras en la juventud. Después casi todo el mundo consigue algún empleo en casas de comercio y ya resulta imposible adquirir conocimientos nuevos o pelearse con una patota.
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A los once o doce años, uno empieza a hartarse de la familia y encuentra que los muchachos de la esquina son mucho más divertidos que el tío Jorge. Durante más o menos una década nadie estará más cerca de nuestro corazón que esos muchachos. Y si uno quiere aprovisionarse de amigos, debe hacerlo en ese período. Después será demasiado tarde.
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Sucede que en cierto momento de la vida uno descubre que esta rodeado de extraños: compañeros de trabajo, clientes, acreedores, vecinos y cuñados. Los amigos de verdad están lejos, probablemente encerrados en círculos parecidos.
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Algunos empecinados insisten en cultivar amistades nuevas. Los matrimonios maduros se visitan mutuamente y desarrollan pálidas parodias de la amistad verdadera: se cuentan una y otra vez episodios antiguos, vividos con los amigos viejos, que ya no están. Cuando uno es joven no cuenta historias a sus amigos: las vive con ellos...
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Alejandro Dolina
(Argentina, 1949)