sábado, 11 de diciembre de 2010

DÍA NACIONAL DEL TANGO

POR QUÉ CANTO ASÍ

Pido permiso, señores, este tango habla por mí, y mi voz entre sus sones dirá por qué canto así.

Porque cuando pibe me acunaba en tango la canción materna pa' llamar el sueño, y escuché el rezongo de los bandoneones bajo el emparrado de mi patio viejo.

Porque vi el desfile de las inclemencias con mis pobres ojos llorosos y abiertos, y en la triste pieza de mis buenos viejos cantó la pobreza su canción de invierno.

Y yo me hice en tangos, me fui modelando en barro, en miseria, en las amarguras que da la pobreza, en llantos de madre, en la rebeldía del que es fuerte y tiene que cruzar los brazos cuando el hambre viene.

Y yo me hice en tangos porque... ¡porque el tango es macho!, ¡porque el tango es fuerte!, tiene olor a vida, tiene gusto... a muerte.

Porque quise mucho y porque me engañaron, y pasé la vida masticando sueños. Porque soy un árbol que nunca dio frutos. Porque soy un perro que no tiene dueño. Porque tengo odios que nunca los digo. Porque cuando quiero me desangro en besos. Porque quise mucho y no me han querido. Por eso, canto tan triste... ¡por eso!

Celedonio Esteban Flores (1896/1947)

miércoles, 8 de diciembre de 2010

JOHN LENNON: LAS IDEAS DE UN “LOCO”


En el comienzo de la década de los ’80 los trágicos caminos de los grandes hombres marcaron los márgenes sobre los cuales la zona se convertía en peligrosa o restringida.
El asesinato de John Lennon, como el de Marvin Gaye a manos de su propio padre en el ’84, o el de Peter Tosh en 1987, conformaron de alguna manera las excepciones de una regla que en definitiva los encerró como mártires impotentes de un destino creado a partir de su dimensión.
Cuando Mark Chapman descargó todas sus balas en el cuerpo de Lennon, la historia de uno de los más grandes creadores y revolucionarios —tanto con Los Beatles como en su carrera solista—, encontró una vuelta de tuerca impensada que provocó una impresionante reacción ante la artera arbitrariedad de un fanático. En un instante el mundo se quedó sin John Lennon.

Pretender ser libre en el mundo actual es una verdadera locura, sobre todo cuando se pretende cambiar una mentalidad aferrada a intereses materiales e individuales.
Denle una oportunidad a la paz fue una de las consignas usadas por John Lennon en su incansable lucha por un mundo mejor y sin odios. Fue un verdadero "loco" que combatió contra un mundo en crisis, donde la guerra parecía la única posibilidad de entendimiento.

Feliz Navidad, la guerra ha terminado, cantaba al mundo entero como deseo de frenar de una vez por todas una lucha estúpida del hombre contra sí mismo.
Cantó su filosofía de amor por todo el mundo, enfrentando con sus ideas a los cuerdos que hacían oídos sordos a toda propuesta que no satisficiera sus intereses personales. El "loco" jamás hizo política: él solo creía en la paz.

Nuestra lucha ha sido una lucha por el amor y para ser amados, declaraba al periodismo haciendo referencia al objetivo que tenía junto a Yoko. Con su mujer habían logrado una síntesis que ambos habían estado buscando antes de conocerse. Mi manera de ser y mi amor-amor-amor, y su forma de ser y su paz-paz-paz, decía Lennon al hacer referencia a esa relación.

Pero los "locos" nunca ganan y sucumben en manos de los que nunca los entendieron. Lennon cayó con el pecho destrozado a balazos, al igual que Mahatma Gandhi y Martin Luther King, dos predicadores incansables de la no violencia. Paradójica casualidad que nos lleva a pensar seriamente en la realidad del mundo que nos tocó vivir.

No quiero volver a vender mi alma como antes para tener un disco que sea un éxito, manifestó alguna vez haciendo referencia sin duda a su pasado con The Beatles, el grupo que lo llevó a la fama junto con Paul Mc Cartney, George Harrison y Ringo Star. Lennon sabía que se podía vivir sin lo plástico y ser feliz sin traicionar su verdadero yo. Supo reconocer que como beatle trabajó junto a sus compañeros como una máquina, produciendo discos incesantemente sin importar lo demás, ni cómo era tu vida familiar o cómo te iba en la vida, pues todo eso no contaba, uno tenía que producir esas canciones, fuera como fuera. Y eso no podía seguir. Y quizás fue esa la razón por la cual estos cuatro grandes de Liverpool decidieron abandonar los escenarios. 

El grupo The Beatles llevó a la fama a sus cuatro integrantes, pero John y Paul fueron los que más trascendieron luego de la separación. John fue quien trascendió con más fuerza a la inmortalidad. ¿Por su muerte violenta? ¿Por su condición de líder de grupo? Sí, pero también por no haber traicionado una forma de vida muy particular, signada por ideales fuertes basados en la libertad, la paz y las ganas de ser él mismo. Una forma de vida que hoy casi resulta utópica.

John Lennon no fue sólo música. Este "loco" significó y significa mucho más para varias generaciones que lo disfrutaron y aún siguen escuchando sus discos. Su música no es hueca, no es vacía. Sus letras son poesías que contienen mensajes claros y significativos que hacen poner piel de gallina a todo aquel que las escucha o lee.

John Lennon hoy es ya una leyenda, un mito, como lo son también Gandhi y Luther King. No es tiempo de lamentaciones, pero sí sería válido que tratemos de rescatar su mensaje. ¿Serviría de algo? ¿Le sirvió a Lennon ser como fue? Él sabe que no fue en vano luchar por un ideal de amor y paz. El mundo sigue igual o peor que antes, pero mientras haya alguien que piense como él, mientras haya vida —como decía John— hay esperanza de cambiar. El camino es largo y duro. Quién sabe qué generación podrá ver el mundo que Lennon soñó...

En el último reportaje hecho a Lennon, horas antes de ser asesinado, decía que esperaba morir antes que Yoko, porque si ella muriese yo no sabría cómo sobrevivir. No podría seguir adelante. El destino complació a este ídolo, pero demasiado temprano.

Ojalá que muchos hombres en este mundo sigan llevando las ideas de este "loco" en su corazón.

(Artículo escrito por mí y publicado en la Revista del extinto diario "HOY EN LA NOTICIA" de Santa Fe, el 4 de diciembre de 1988 -¡tenía veinticinco años!-, donde por entonces trabajaba como corrector)

sábado, 27 de noviembre de 2010

¿TE ACORDÁS?


¿Te acordás? Fue un día que conservo muy bien en mi memoria, siempre, a toda hora. Recuerdo que nos fundimos en una sola mirada, fulminante. Todavía tengo presente ese momento en que tu verde mirada hermosa me cegaba la vista; no veía más que tus ojos enamorados. Fue no hace mucho. Estábamos sentados en la vereda, allí donde todos nos veían al pasar, allí donde un perro vagabundo era el único testigo de nuestra conversación. Todavía no nos conocíamos muy bien... pero parecía una amistad de mil años.
Yo nunca escribí algo parecido a esto antes de aquel día. No creo en técnicas que expresen lo que uno siente. Yo escribo lo que siento, o trato de hacerlo, así nomás de simple. Aunque bien sé que dos palabras dichas cara a cara y seguidas de un beso valen más que un libro entero. Decía un grande: «Cuando un poeta te pinte en magníficos versos su amor, duda. Cuando te lo dé a conocer en prosa, y mala, cree».
Teníamos una botella de sidra y bebíamos sin vaso, apoyábamos nuestros labios en el vidrio grueso y reíamos después de cada trago. ¿Te acordás? Estábamos alegres, brindábamos a cada instante y festejábamos algo que no entendíamos. Estábamos muy juntos. La primavera nos cubría. El cielo se iluminaba de tantas estrellas y todas vieron cómo mi brazo izquierdo se apoyó en tu hombro; y vos, con una mirada, lo dijiste todo.
A nuestro alrededor el mundo se llenó de colores y daba vueltas más rápido que nunca. El sol asomaba a cada instante y nos calentaba la cara. Tus mejillas estaban ardientes. Tus cabellos jugaban con mi rostro suavemente. Vos no lo advertías, pero yo sentía un cosquilleo interior que nunca antes había experimentado. Vivíamos en ese instante segundos de incoherencia romántica, como si en el amor se pudiese hablar de sentimientos coherentes... El sol y las estrellas se peleaban por estar sobre nosotros sin saber que al fin y al cabo ganaría la oscuridad. Tus mejillas se encendían y se apagaban constantemente.
No soy muy ducho, como te habrás dado cuenta, en materia de amor. No puedo hablar de algo que todavía no conozco, de algo que vos seguramente me hubieses enseñado a comprender. No sé si digo las cosas acertadamente. Sí sé que hay algo que me impulsa a hacer esta confesión. Sé que en mi mente hay algo que está fuera de lugar, algo casi incomprensible. Una sensación violenta como la que sentí aquella noche. ¿Te acordás? Siento que en mis venas la sangre corre como por un arroyo de montaña, un arroyo rojo, color pasión, color locura, color muerte.
Nunca esperé que en aquel momento sucediera lo que al final —por suerte— sucedió. Tu mirada me hipnotizó, tu sonrisa me atrapó y creo que, al mismo tiempo, nos dimos cuenta de lo que pasaba. La sidra se había terminado, el perro nos miraba moviendo la cola, como entendiéndolo todo. Estábamos solos y los autos a esa hora casi ni pasaban. Cada vez estábamos más cerca el uno del otro. Podía sentir tu respiración, podía escuchar el latido de tu corazón. Luego ya no nos miramos —¿ver-güenza?, ¿timidez?— y nuestra atención se dirigió al único testigo de nuestros actos. ¿Quién sabe si ese perro vagabundo estaba pensando en nosotros o si solo nos miraba porque no tenía otra cosa mejor que hacer? Quizás en su silencio intuía lo que vendría, quizás con su mirada nos hipnotizaba. ¿No habrá sido acaso Mefistófeles convertido nuevamente en perro? Nos miraba fijamente y movía la cola. ¿Te acordás? Sí... Quizás fue su culpa, quizás fue mi éxtasis, quizás tu docilidad. ¡Cómo te quería! Algo en mi mente no estaba bien. Te quise como a nadie, al punto de enloquecer.
Era la primera vez que yo me sentía así. Fuiste la primera que me abrió el corazón. Creo que antes estaba vacío. Vacío de todo lo que pudiera llamarse felicidad. Tenía sentimientos —siempre los tuve— pero solo sentía lo malo, los defectos, lo crítico. Mis ojos estaban vendados por una realidad cierta y negra, y vos, con tu simpleza, pudiste abrirlos, pudiste pintarme una nueva realidad.
¿Te acordás? No sé cómo terminar esto. No me siento capaz de utilizar las palabras justas para culminar la evocación de ese día, de esa noche, de ese primer beso... ¿Cómo olvidarlo? Nadie permita que en el resto de mis días yo pueda olvidar esos momentos. Que ni el señor de la luz ni el dueño de las tinieblas hagan de mi mente un frasco vacío. Que en este lugar donde escribo jamás puedan lavarme el cerebro. Ni con cables ni con rayos. Jamás lo lograrán. Nadie podrá borrarte de mi mente, nadie. ¿Dónde estás? ¿Por qué me abandonaste?
¿Te acordás? Si es así, las palabras son inútiles. ¿Para qué arruinar con el lenguaje lo que es hermoso así nomás, en el recuerdo, en nuestra mente? El relato del momento culminante sería en vano. Ahora, escribiendo esto me doy cuenta de cuánto te quería. La soledad convierte a los seres humanos en poetas. Mi amor por vos quisiera transformarlo en poesía pero no puedo. Ya te dije que en materia de amor soy muy ignorante. Será por eso que ya no estamos juntos... El poco tiempo que lo tuvimos no bastó para que comprendiera que existen sentimientos que se comparten. Fue muy corto el tiempo. No lo pude entender.
Vivo preguntándome qué sería de nosotros si aún estuviésemos juntos. ¿Por qué no pude esperar y me apresuré tontamente? ¡Qué bueno hubiese sido tenerte para siempre a mi lado! Lo que ocurre es que a uno le falta experiencia. La primera vez generalmente no se piensa y uno después se lamenta. ¡Qué loco fui! Pero todavía hay tiempo para el arrepentimiento. Siempre hay una segunda vez. Yo creo que nos volveremos a encontrar. ¿Me aceptarás? Sí, ¿no es cierto? Ese es mi sueño: volver a empezar y ser felices. ¡Una eternidad juntos!
¿Te acordás? Yo sí. Esa noche quedará grabada en mi mente por el resto de mis días. Lo recuerdo a cada momento. Cuando observo las paredes húmedas, despintadas; cuando por los barrotes de la pequeña ventana se cuela un rayo de sol; cuando se abre y se cierra la pesada puerta de hierro tres veces al día. Y ahora mismo lo estoy recordando...
¿Te acordarás? Ya no estamos juntos. No alcancé a conocer el amor, no tuviste tiempo de explicármelo. No te di tiempo. ¿Me guardás rencor? Esto es el reconocimiento de lo que yo sentí por vos. ¿Amor? No. ¡Pasión!
Siempre te recuerdo. No olvidaré nunca la cara de horror que pusiste al sentir que mis manos cortaban tu respiración. ¡Cómo te quería! ¡Cómo te quiero!
Pero ya lo sabés: no supe interpretar el amor y hoy pago las consecuencias acá, encerrado, sin nadie con quien hablar, solo, pero con tu recuerdo hasta el final.

domingo, 14 de noviembre de 2010

LA BALSA



Estoy muy solo y triste acá en este mundo abandonado.
Tengo una idea: es la de irme al lugar que yo más quiera.
Me falta algo para ir pues caminando yo no puedo,
construiré una balsa y me iré a naufragar.
.
Tengo que conseguir mucha madera,
tengo que conseguir de donde pueda.
Y cuando mi balsa esté lista partiré hacia la locura,
con mi balsa yo me iré a naufragar.
.Litto Nebbia/Ramsés


Más allá de la discusión eterna de quién es autor de su letra, si Litto o Tanguito, el mensaje de La balsa es lo que siempre me atrapó. Interpretada por Los Gatos o por Tanguito, en esa versión desprovista de todo pero que tanto “llena”.
La letra de La balsa es la inspiradora de todo un movimiento joven caracterizado por una construcción utópica. Es, además, una canción netamente metafórica.
Cabe aquí hacer una pequeña reflexión sobre el yo lírico en las canciones de rock, ya que no tiene por qué coincidir con la persona que la crea o la canta. Como toda práctica artística, el rock “inventa” sus personajes y sus voces. Es cierto que la mayoría de los temas se producen a partir de la experiencia personal de los autores de las letras, incluso en algunos casos hay referencias biográficas claramente reconocibles; sin embargo, el hablante de una canción es un ser inexistente construido por la actividad artística. Es interesante notar que si bien se trata de un personaje que por lo general habla en singular, desde su individualidad, la práctica rockera lo convierte en algo así como un personaje colectivo a partir del cual, tanto los que producen como los que consumen rock, se identificarán.
La voz poética de La balsa describe su posición en el mundo actual (Estoy muy solo y triste acá en este mundo abandonado): está solo, triste, en un mundo que no lo comprende, situación que lo lleva a desear otro mundo, un mundo para sí, un mundo alternativo como contraposición al que está viviendo, un mundo utópico capaz de hacerlo vivir conforme a sus ideales. Para ello debe “partir” y nada mejor que “construir una balsa” para “irse al lugar que más quiera”. ¿Qué otra cosa es esta balsa sino un proyecto de vida? ¿Qué representa esta balsa sino el “vehículo” que lo conducirá a la felicidad anhelada? Balsa a la que construirá con “madera”, mucha madera, materia prima indispensable para construir el futuro, la felicidad, su desarrollo individual. ¿No está esta materia prima compuesta por toda la gente que piensa como el yo lírico? ¿No son todos sus amigos y seres queridos? ¿No son los fundamentos lógicos de su proyecto? ¿No está compuesta esta materia prima por todo aquello que contribuya a lograr el sueño? Porque “partir” es el cambio. No es mudarse, irse a una isla lejana, aislada. La “locura” consiste en ser diferente, la “locura” significa ir contra la corriente, probar experiencias diferentes, convencido de que es una posibilidad válida, de que algo se puede hacer para cambiar el mundo en que se vive. Partir es cambiar el presente por el futuro. La rutina causa soledad, aburrimiento, parquedad, conformismo, estancamiento, y es eso lo que lo mueve al cambio. Todas estas ideas utópicas son parte de esa locura que se manifiesta en la canción. La idea de “naufragio” no debe tomarse como una derrota, como un ir a la deriva. Todo naufragio nos lleva a esa isla solitaria –o no tanto- en donde seguramente encontraremos la felicidad buscada.
Todo esto hizo que La balsa haya sido tomada como punto de partida de un movimiento que revolucionó las ideas jóvenes durante la segunda mitad del siglo XX en nuestro país, movimiento que inventó un “idioma”, “cambió” la lengua, los modos de pensar de una sociedad. Este mecanismo nace en el “naufragar” de La balsa y se mantiene en la actualidad como una de las fuerzas transformadoras más eficaces que tiene el rock como práctica verbal. El rock argentino proveyó –y provee- al habla de los jóvenes algunas palabras capaces de producir relaciones no convencionales con las formas de dar sentido a las cosas.
No en vano La balsa es considerada la iniciadora del rock nacional. Una letra que parece simple pero que tanto dice. Nadie (ni autores, ni intérpretes, ni oyentes) puede decir que La Balsa no influyó un poco en su vida, en su forma de ser. La balsa, a mi entender, es la base donde se sostiene la idiosincrasia de nuestro rock nacional.



miércoles, 3 de noviembre de 2010

VOX DEI: Presente (el momento que estás)

Murió hoy Rubén Basoalto

El baterista de Vox Dei se encontraba internado debido a un cáncer de pulmón; tenía 63 años

A las nueve de la mañana del día en que se iba a realizar un concierto para recaudar fondos para que pudiera recuperarse (pero que había sido cancelado por la gravedad de su estado de salud), Rubén Basoalto, baterista fundador de Vox Dei, falleció debido a un cáncer de pulmón. Tenía 63 años.
"El Pulpo" Basoalto constituyó la formación original de la mítica banda conformada en 1967, con Ricardo Soulé y Willy Quiroga, sus compañeros que iban a estar participando del festival benéfico junto a otros músicos y posteriores integrantes de la banda.

jueves, 21 de octubre de 2010

CARBAJAL, José: La música popular de luto

¡Ah, carajo, si habré escuchado este tema en el Winco cuando era chico...!

José María Carbajal Pruzzo (Puerto Sauce, Juan Lacaze, 8 de diciembre de 1943 - Villa Argentina, Canelones, 21 de octubre de 2010), conocido como "El Sabalero", fue un cantante, compositor y guitarrista uruguayo, autor e intérprete de varias canciones exitosas como Chiquillada, A mi gente y La Sencillita.

viernes, 15 de octubre de 2010

ALMENDRA: Muchacha ojos de papel

"La consumación de una noche íntima es el tema de esta letra. Está en línea con otras de la generación del rock -"Catalina Bahía" de Pedro y Pablo, especialmente- y con algunas de Serrat (...) Tal vez lo más llamativo de esta gala del amor en segunda persona sea la relación equitativa entre los sujetos que se aman. No hay ni rastros de esos tortuosos encuentros de amor prohibido o socialmente complicado: nada más alejado de una increpación que "Muchachas ojos de papel". En ese sentido la canción de Spinetta es un dato de época muy locuaz: no solo presenta modos de relación relativamente temerarios para la Argentina de la dictadura de Onganía -la idea de una sexualidad libre, lúdica y sin culpa era por esos años algo más deseado que vivido-, sino también un determinado programa moral que, todo parecía indicar, se desarrollaría en el porvenir. Eso era beat, eso era hippie:
Duerme un poco y yo entretanto construiré / un castillo con tu vientre hasta que el sol, / muchacha, te haga reír / hasta llorar, hasta llorar".
(De "Canciones argentinas -1910/2010" de Sergio Puyol. Bs. As., Emecé, 2010)

martes, 12 de octubre de 2010

EL ÚLTIMO ADIÓS

Parecía un gran felpudo, o una enorme madeja de lana negra. Apenas si se movía. No muchos pensamientos pasaban por esa mente desesperada. Hacía ya unas cuantas horas que estaba allí, en un rinconcito oscuro de una casa que no le pertenecía, que nunca había visto ni respirado. Ahora lo hacía, con un gran esfuerzo. Veía apenas sombras que pasaban de un lado a otro, que se le acercaban. Sentía de vez en cuando sobre su cabeza una caricia y algún murmullo que no alcanzaba a entender. No quería pensar en lo que había pasado horas antes, en el parque, cuando sintió en su piel un estremecimiento que nunca había sentido, cuando percibió un aroma desconocido: riquísimo, dulcísimo, afrodisíaco e irresistible. Qué emoción enorme sintió cuando la vio por primera vez... Pero no quería pensar en lo que ya había pasado. En ella tampoco. Ahora tenía ganas de pensar en cosas más importantes y urgentes. No quería estar más en esa casa desconocida y fría. Quería estar en su casa, calentito, con su gente, con su familia. ¿Dónde están ahora? ¿Por qué no vienen a buscarme? Sentía cada vez más frío y nadie le ponía una manta encima. ¿No me ven temblar? Otra caricia y otro murmullo. El amor es a veces traicionero. ¿Por qué será tan complicado amar? Sintió que le pasaron un trapo húmedo y frío por la panza y sintió un ardor que lo manifestó con un reflejo imperceptible. Estaba débil y ansioso. Quería ver bien pero no podía. Poco a poco iba sintiendo que ya no le quedaba nada por hacer. Solo quería que vengan a verlo... No le faltaba paciencia. Una sombra enorme se le acercó y le frotó suavemente un algodón húmedo sobre su nalga. Olor fuerte. Y un pinchazo. Ni siquiera gimió. Le dolió, pero no tenía ganas de gastar fuerzas en pequeñeces. Tenía que guardarlas, tenía que ser fuerte y esperar que lo vengan a buscar. ¿Es que no sabrán que estoy acá? Un sonido agudo lo sobresaltó. Una sombra pasó a su lado casi corriendo. Escuchó murmullos y le pareció ahora entender un poco más. Reconoció una voz. Lentamente, otra sombra, que se hacía cada vez más perceptible a su vista, se le acercó. Y escuchó una palabra que hacía horas estaba esperando escuchar: su nombre.
-Júpiter... -dijo una voz triste y dulce.
Comenzó a escuchar un poco mejor. Los murmullos se iban convirtiendo en palabra sueltas que ahora sí entendía. Unos perros enormes... y más murmullos. Era una perra..., pensó él mientras el murmullo lo contradecía. Como cinco... lo agarraron entre todos..., escuchaba. Era una perra hermosa..., siguió pensando. El veterinario... y murmullos.
Abrió los ojos lo más que pudo. Lo hizo con dificultad pero pudo hacerlo al fin. De reojo miró hacia arriba y la nebulosa se le fue aclarando de a poco hasta reconocer la cara llorosa de Pedro que lo miraba y le acariciaba suavemente su cabeza. Por fin lo habían ido a buscar. No alcanzó a cerrar los ojos. Un rápido estremecimiento fue el principio de su eternidad.

domingo, 26 de septiembre de 2010

GENTE DE MIERDA

Te escuchan atentamente esperando el momento y las palabras exactas en tu boca para decirte que sos un boludo, para hacerte ver cuán equivocado vas por la vida, y te refriegan con una sonrisa en el rostro tus “errores”, esos que ellos descubren pero que vos ni siquiera los considerás tales.
Llegás tarde, unos minutos. Te da bronca porque sabés que los que hacen todo bien y siempre llegan a horario —incluso mucho antes del horario acordado— te esperan, ansiosos, para hacerte sentir una auténtica basura. Y así pasa, no te equivocás con el pronóstico, y cuando llegás, automáticamente todos miran su reloj pulsera y te largan la obviedad: “Llegás tarde”. Masticás un poco tu bronca porque podrían haberse ahorrado el estúpido comentario. No entienden cómo llegás tarde, cuando ellos pueden llegar cuarenta y cinco o cincuenta minutos antes. No entienden cómo vos te levantás cuando ellos ya se tomaron dos pavas de mates e hicieron todo lo que tenían programado para hacer en la mañana. No entienden cómo preferís quedarte en tu casa, con los tuyos, cuando ellos tranquilamente salen (se escapan) de la suya antes del amanecer para no encontrarse con su familia.
No te comprenden.
Su atención está en lo que vos hacés y esperan, impacientes, el momento del error. Ellos te vigilan de reojo y se sienten satisfechos cuando con una sonrisa te advierten el yerro. Ellos no se equivocan nunca, porque nunca hacen nada. Pero si se equivocan, el error no les pertenece; se lo adjudican a otro. Y siguen esperando el tuyo.
Si se enteran antes que vos de una noticia o información “importante” (por ejemplo, qué negocio abrió o cerró en el centro), te lo refregarán en la cara porque ellos saben todo. Si no conocés a fulanito, el esposo de la tarada que vive en frente de la casa roja que está cerca de la casa de mengano, el pelado dueño del restorán X, vivís en una “nube de pedo” y tu vida no tiene sentido. Pero te insisten porque seguro que lo conocés, no podés no conocerlo, no podés ser tan tarado.
Y ojo con portar título universitario. Porque el Dr. Pepe y la Dra. Pepa no saben nada. “¡Profesionales… puaj! Hoy cualquier estúpido se recibe y le dan un título”. ¿Tu hijo sacó mala nota, le pusieron amonestaciones o te llamaron para una reunión de padres? “Docentes y basta. Son todos unos tarados, no saben ya qué boludez hacer. ¡Así está la educación en este país!”. Y te refriegan que ellos jamás fueron a una reunión de padres porque sus hijos eran perfectos… o porque directamente no tienen hijos, pero seguramente no hubiesen ido porque sus hijos hubiesen sido perfectos, o casi. Además, nunca sintieron la necesidad de tener un título universitario… Para ser buenas personas, no es necesario tener uno, aducen con orgullo.
Y son guardianes del orden social. No dan marcha al auto sin antes tener su cuerpo sujetado al cinturón de seguridad. Por su seguridad y la de los demás. Seguro que vos no lo hacés. Clasifican la basura orgánica e inorgánica y la sacan en los días que corresponde, a la hora que corresponde, en la bolsa que corresponde, con el peso que corresponde y la colocan ordenadamente en el canasto, como corresponde. Seguro que vos no lo hacés. Caminan derecho, con la frente alta, seguro de sí mismos (no con las manos en los bolsillos y sin apuro) y jamás cruzarían una calle si no es por la senda peatonal de las esquinas. Vos jamás lo hacés ni lo harías. Tienen los impuestos abonados al día y no cometen infracciones. ¿Vos los pagás? ¿Usás casco cuando vas en moto? Después no te quejés cuando te hagan la multa. ¡Bien puesta estará! Condenan a los que consumen alcohol (sean mayores o menores de edad) y opinan/dictaminan a qué lugar pueden ir, a qué hora entrar, a qué hora salir, cómo ir vestidos y cómo comportarse en el interior del lugar. Festejan por cada clausura de bar, confitería bailable, pub o cualquier lugar donde la juventud se junte a divertirse. No soportan la alegría ajena.
¿Gastaste mucha luz? ¡Y si tus hijos están todo el día con la computadora encendida! ¿Mucho gas? ¡Si no hace frío! No entienden cómo podés tener los calefactores encendidos todo el invierno. ¿Hacés baldear la vereda de tu casa en los días y horarios no permitidos? Piensan en denunciarte, seguro, pero se conforman con martirizarte: “Cuando en el verano no haya agua, ya sé de quién me voy a acordar…”, te refriegan en la cara.
¿No te alcanza la plata? ¿Cuánto ganás? ¿En qué la gastás? ¿Cómo puede ser? ¿No llevás un control? ¿Cuántas veces vas al supermercado en una semana? Hay que ir solo los viernes, o los jueves, un solo día a la semana. Si vas todos los días, obvio que no te va a alcanzar la plata. ¿Para qué comprás comida hecha? Además, si salís a comer afuera, después no te quejés.
Te quejaste del calor, o del adoquinado, o del tránsito. O se te ocurrió manifestar un sentimiento de melancolía por extrañar tu ciudad natal. Lo hiciste inconscientemente pero de corazón. Inmediatamente sonríen, se refriegan las manos con ganas y con el tonito más hiriente que pueden encontrar, te la mandan a guardar sin anestesia: “¿Por qué no te volvés a tu ciudad, que allá está todo lindo? ¿Qué hacés todavía acá?”.
Son todas personas correctas, a no dudarlo. No dudan en decirte “salud” apenas estornudás; no discriminan jamás, son “derechos y humanos” (aunque esta ciudad se llenó de villas miserias; en el centro está lleno de negros y no se puede caminar tranquilo; los que vienen de afuera hicieron crecer la inseguridad; la culpa es del gobierno porque les da casas; estamos trabajando para usted…); jamás se olvidan alguna pertenencia en su lugar de trabajo ni dejan pasar ningún compromiso por alto: está todo debidamente agendado.
Se alegran cuando llueve, pero que no caiga tanta agua porque eso le hace mal a la soja, y además, con mucha agua en el piso no se puede cosechar. Y en épocas de sequía viven con la cara larga, preocupados. Seguramente se va a perder la cosecha. Y ni hablar del precio de los tractores, de los insumos y de los impuestos que deben pagar los dueños de la tierra. No son dueños de la tierra y nunca lo serán, pero hay que ver lo solidario que son con esas pobres personas...
Viven pendientes del servicio meteorológico, esperando eternamente que llueva en época de sequía o que salga el sol en épocas de lluvias. Nunca están conformes y siempre esperan el cambio de luna para que se produzca alguna modificación en el tiempo. O para cortarse el pelo. Si el cielo se pone negro, trae piedra: si está rojizo, viento. Si el viento es del oeste, trae lluvia; si es del sur, frío; si es del norte, calor; si es del este, peste. No obstante ello, el 95% de sus predicciones son incorrectas.
Y cuando después de pensar y pensar en todo esto no abrís la boca, estás ensimismado, te machacan que sos un aburrido, mala onda y “¡siempre con la misma cara de culo!”. Cuando hablás se sorprenden: “¡Ah! ¿Te despertaste por fin?”. Y querés mandarlos a la remierda pero te aguantás, ahorrás saliva y no desperdiciás tu atención en ellos, por eso seguís guardando silencio y pensando que querés vivir tu vida con quien vos realmente querés vivirla, la vida que vos querés y elegiste vivir, lejos de esa gente de mierda.

jueves, 16 de septiembre de 2010



PARA ENCONTRARSE A UNO MISMO NO ES NECESARIO CAMINAR MUCHO. SE LOS DIGO YO, QUE ME HE RASTREADO POR TODAS PARTES Y ME ENCONTRÉ EN EL PATIO DE MI CASA, CUANDO YA ERA DEMASIADO TARDE...
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Alejandro Dolina


M.C. Escher (Holanda, 1898/1972): Relativitat, 1953, litografia

domingo, 5 de septiembre de 2010

DOLINA, Alejandro: La decadencia de la amistad (fragm.)

Hermenegildo Sábat
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(de "Crónicas del Ángel Gris")
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La amistad debe nacer en la juventud o en la infancia. Nuestros amigos son aquellos que aprenden junto a nosotros o, mejor todavía, los que viven aventuras a nuestro lado. Y por lo general, la gente aprende y vive aventuras en la juventud. Después casi todo el mundo consigue algún empleo en casas de comercio y ya resulta imposible adquirir conocimientos nuevos o pelearse con una patota.
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A los once o doce años, uno empieza a hartarse de la familia y encuentra que los muchachos de la esquina son mucho más divertidos que el tío Jorge. Durante más o menos una década nadie estará más cerca de nuestro corazón que esos muchachos. Y si uno quiere aprovisionarse de amigos, debe hacerlo en ese período. Después será demasiado tarde.
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Sucede que en cierto momento de la vida uno descubre que esta rodeado de extraños: compañeros de trabajo, clientes, acreedores, vecinos y cuñados. Los amigos de verdad están lejos, probablemente encerrados en círculos parecidos.
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Algunos empecinados insisten en cultivar amistades nuevas. Los matrimonios maduros se visitan mutuamente y desarrollan pálidas parodias de la amistad verdadera: se cuentan una y otra vez episodios antiguos, vividos con los amigos viejos, que ya no están. Cuando uno es joven no cuenta historias a sus amigos: las vive con ellos...
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Alejandro Dolina
(Argentina, 1949)

sábado, 28 de agosto de 2010

CLAPTON, Eric: Tears In Heaven

¿SABRÍAS MI NOMBRE
SI TE VIERA EN EL CIELO?
¿SERÍA LO MISMO
SI TE VIERA EN EL CIELO?
DEBO SER FUERTE Y SEGUIR ADELANTE
PORQUE SÉ QUE MI LUGAR NO ESTÁ AQUÍ EN EL CIELO...
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¿COGERÍAS MI MANO
SI TE VIERA EN EL CIELO?
¿ME AYUDARÍAS A RESISTIR
SI TE VIERA EN EL CIELO?
ENCONTRARÉ MI CAMINO A TRAVÉS DE LA NOCHE Y EL DÍA
PORQUE SÉ QUE NO PUEDO ESTAR AQUÍ EN EL CIELO...
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EL TIEMPO PUEDE ABATIRTE, EL TIEMPO PUEDE DOBLAR TUS RODILLAS
EL TIEMPO PUEDE ROMPER TU CORAZÓN, HACERTE SUPLICAR POR FAVOR...
MÁS ALLÁ DE LA PUERTA HAY PAZ, ESTOY SEGURO
Y SÉ QUE ALLÍ NO HABRÁ MÁS LÁGRIMAS EN EL CIELO...
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¿SABRÍAS MI NOMBRE
SI TE VIERA EN EL CIELO?
¿SERÍA LO MISMO
SI TE VIERA EN EL CIELO?
DEBO SER FUERTE Y SEGUIR ADELANTE
PORQUE SÉ QUE MI LUGAR NO ESTÁ AQUÍ EN EL CIELO...
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Tears In Heaven (Lágrimas en el cielo) es la canción que compuso Eric Clapton en memoria de su hijo fallecido, Conor, quien murió el 20 de marzo del año 1991 al caer accidentalmente de la ventana de un piso 53 de un rascacielos en Manhattan, New York, a los 4 años y medio de edad. Clapton compuso esta balada 9 meses después y se convirtió en un éxito masivo.

domingo, 15 de agosto de 2010

MUÑIZ, Juan Carlos: No sé si era feliz

Gracias CDLV

No sé si era feliz,
pero sabía que el mundo terminaba en la otra cuadra,
todos los recovecos de la siesta
me daban su cobijo y sus fantasmas.

Mi padre era tan sabio como un libro,
mi madre era el auxilio de mis manos,
mi almohada era mi amante y mi enemigo,
en las confusas noches del verano.
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No sé si era feliz,
porque temía,
las sombras de mi cuarto me cercaban,
había un gran villano de once años
y viejos de la bolsa que rondaban,
pero había también un seis de enero,
el desván en la casa de mi abuela,
había un patio lleno de tesoros
y un baldío camino a la escuela.

No sé si era feliz,
pero bastaba un pedazo de azul en la mañana,
una promesa a cambio de una nota
o fugarse a través de la ventana.

Algún día empecé a tener recuerdos
y me dieron las llaves de mi casa,
una carta de amor cerró la puerta
y yo me quedé fuera de la infancia.

No sé si era feliz,
pero qué lejos...
No sé si era feliz,
pero qué lástima.

Juan Carlos Muñiz

viernes, 23 de julio de 2010

NERUDA, Pablo: Oda al hombre sencillo

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Voy a contarte en secreto
quién soy yo,
así, en voz alta,
me dirás quién eres,
quiero saber quién eres,
cuánto ganas,
en qué taller trabajas,
en qué mina,
en qué farmacia,
tengo una obligación terrible
y es saberlo,
saberlo todo,
día y noche saber cómo te llamas,
ése es mi oficio,
conocer una vida
no es bastante
ni conocer todas las vidas
es necesario,
verás,
hay que desentrañar,
rascar a fondo
y como en una tela
las líneas ocultaron,
con color, la trama
del tejido,
yo borro los colores
y busco hasta encontrar
el tejido profundo,
así también encuentro
la unidad de los hombres,
y en el pan
busco
más allá de la forma:
me gusta el pan, lo muerdo
y entonces
veo el trigo,
los trigales tempranos,
la verde forma de la primavera,
las raíces, el agua,
por eso
más allá del pan,
veo la tierra,
la unidad de la tierra,
el agua,
el hombre,
y así todo lo pruebo
buscándote
en todo,
ando, nado, navego
hasta encontrarte,
y entonces te pregunto
cómo te llamas,
calle y número,
para que tú recibas
mis cartas,
para que yo te diga
quién soy y cuánto gano,
dónde vivo,
y cómo era mi padre.
Ves tú qué simple soy,
qué simple eres,
no se trata
de nada complicado,
yo trabajo contigo,
tú vives, vas y vienes
de un lado a otro,
es muy sencillo:
eres la vida,
eres tan transparente
como el agua,
y así soy yo,
mi obligación es ésa:
ser transparente,
cada día
me educo,
cada día me peino
pensando cómo piensas,
y ando como tú andas,
como, como tú comes,
tengo a mis brazos a mi amor
como a tu novia tú,
y entonces
cuando todo está probado,
cuando somos iguales
escribo,
escribo con tu vida y con la mía
con tu amor y con los míos,
con tus dolores
y entonces
ya somos diferentes
porque mi mano en tu hombro,
como viejos amigos
te digo en las orejas:
no sufras,
ya llega el día,
ven,
ven conmigo,
ven
con todos los que a ti se parecen,
los más sencillos,
ven,
no sufras,
ven conmigo,
porque aunque no lo sepas,
eso yo sí lo sé:
yo sé hacia dónde vamos,
y es ésta la palabra:
no sufras
porque ganaremos,
ganaremos nosotros,
los más sencillos,
ganaremos,
aunque tú no lo creas,
ganaremos..
(CHILE, 1904/1973)

martes, 13 de julio de 2010

POR LA VENTANA VEO PASAR LA GENTE



Todos los días igual: me despierto temprano, estoy todo el día en casa, aburrido, haciendo siempre lo mismo, o sea, nada. ¿Qué sentido le encuentran a la vida si está solamente para sobrevivirla? Maldigo el día en que nací... ¡Y en mi condición! Me hubiese gustado ser de una especie superior para que no me tengan de aquí para allá a los gritos, a las patadas, siempre obedeciendo, siempre con la cabeza gacha. ¿Quién dijo que el hombre es casi perfecto? ¡No! Si lo fuera, no existirían las rejas, las cadenas...
Cuando por la ventana veo pasar la gente me pregunto qué estarán pensando. Siento envidia al verlos caminar con paso seguro. Este sentimiento nace al no saber cuál es mi camino. ¿A dónde voy? ¡A ningún lado! No puedo dirigir mis pasos a lugar alguno porque no me siento libre, no me siento capaz de decir adiós a todos los que me rodean e irme a divagar por el mundo. Hay algo que me ata, algo que me detiene. Es algo que no comprendo, es una fuerza que me sujeta, que me hace regresar siempre a mi hogar.
Autos que pasan por la avenida, gente que pasa por la vereda. Nadie me ve. Todos pasan indiferentes, nadie repara en mí. De vez en cuando una viejita me saluda. Los chicos, cuando me ven en la ventana del cuarto, generalmente me hacen burla. Y yo sin poder hacer algo, sin poder siquiera gritar. ¡Qué inútil me siento a veces! No tengo ni el derecho de expresar mis deseos. Bronca siento al pensar que no puedo, aunque sea, putear a los imbéciles que se burlan de mí. Si no fuera por esas malditas rejas de la ventana... Pero trato de no pensar en ellos: prefiero pensar en los que son como yo. Somos muchos en el mundo, pero a la mayoría nos tienen marginados. Siempre detrás de las rejas, de los muros. Estamos privados de la palabra. Será por eso que pensamos tanto. Todo el día buscando un porqué. Todo el día mirando pasar gente a nuestro lado sin poder decir algo, sin poder saludar. Solo una mirada o dos, nada más. ¿Y ellos? Nada. Nos miran, sonríen, murmuran alguna idiotez y siguen su camino. Yo quisiera decirles lo que pienso...
Estoy flaco porque como poco. Es que hay veces que prefiero estar tirado en el sofá del living o en el mismo piso fresco y no responder al llamado del almuerzo. Como lo suficiente, como para seguir vivo, nada más. ¡Y si para eso estamos! Sobrevivir es la palabra justa. Pero hay días en que no como y me desespero. Pienso mucho y creo que esa es otra de las cosas que me quitan el hambre. Yo sería un buen dietista. Adelgace pensando, sería el eslogan. ¿Su problema son los kilitos de más? ¡Piense! Me llenaría de guita. Pero mi destino está aquí, en esta casa, con mi familia, pensando las tres cuartas partes del día mientras miro por la ventana a la gente pasar.
Quizás haya alguien que se digne a pensar en mí aunque sea un minuto y se pregunte: ¿No se cansará de estar siempre ahí? Quizás también agregue con cara de lástima: ¡Pobre!... O si no, con un poco de maldad ese alguien piense: Se debe conocer vida y obra de todo el barrio... Pero hasta con esa duda me tengo que quedar: la de saber si hay alguien que piensa en mí. ¿Por qué estaré tan solo en este mundo idiota? Mi familia se limita solo a pasarme la comida y, muy de vez en cuando, me sacan de esta maldita casa y me llevan a pasear. Necesito alguien que me comprenda, alguien que sea como yo, que piense como yo. Alguien con quien compartir las horas mirando por la ventana. Sí, eso: una novia, una compañera. ¡Qué feliz sería! Seríamos dos en la misma situación y la vida se haría más llevadera. En el barrio no faltarían las murmuradoras de siempre. Pero no me importarían. Yo sólo busco mi felicidad. Yo sólo quiero estar con alguien con quien compartir mis penas y mis pocas alegrías. No puedo soportar la idea de volverme viejo y no poder sentirme libre, contento. No soporto la idea de saber que algún día moriré sin haber vivido a pleno la vida. Esta ventana y esta calle me van a graduar de filósofo existencialista.
¡Ni amigos tengo! Nadie con quien mirar de noche el cielo estrellado. Nadie con quien compartir un plato de comida ni un poco de agua. Nadie a quien contarle mis secretos, escuchar los suyos, reír o llorar juntos, correr por el césped sintiendo un poco más libre nuestra vida. Nadie que me diga que todo esto es así porque sí, que me haga ver con otros ojos la realidad. Nadie con quien pelearme y reconciliarme. No tengo a nadie. Estoy solo y sin amigos. ¿Tendrán amigos todos los que veo pasar por la calle? ¿Existirán los amigos?
Por la ventana veo pasar la gente. Y es esa misma gente la que ve pasar los días de su vida sin darse cuenta de que poco a poco se va muriendo. Es esa misma gente la que no se da cuenta de que el mundo sigue dando vueltas sin detenerse y que ellos son los que giran junto con él. Es la gente que pasa frente a mi ventana y no me ve. No se dan cuenta de que mientras ellos envejecen y se van muriendo poco a poco con sus problemas cotidianos, yo también me voy muriendo lentamente, pero de aburrimiento, de tristeza, de soledad.
¡Qué vida de perros me tocó vivir! No hago más que ladrar y mover la cola con alegría, siempre festejando a los pocos que me acarician. Siempre perdonando a todos cuando me pegan o cuando me retan porque me escapé de casa. Siempre moviendo la cola para que me tiren un hueso o algo para comer. ¡Así es la vida! Unos nacen hombres, otros nacemos perros. No hago más que ver la gente que pasa por la calle desde mi ventana. Siempre hay que mover la cola o bajar la cabeza... ¡Júpiter, a bañarse!... Y obedecer.

domingo, 4 de julio de 2010

TOMÁ, VIEJO, SEGUÍ TOMANDO…

"Borracho"
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—El viejo está pagando muy cara su bondad —me dijo con lágrimas en sus ojos todavía inocentes. Lo vio apoyado en el mostrador de la gorda D’Amico, apenas sostenido por sus piernas temblorosas, con su vaso de vino tinto en la mano, a medio tomar. Era el cuarto de la tarde. La gorda no quería darle tanto, pero si le negaba una copa, el Chueco se ponía violento y rompía todo lo que tenía a mano. Al Chueco era preferible tenerlo borracho y manso.
Estábamos sentados en una de las mesas del fondo del bar desde hacía media hora. Verónica había llegado buscando al Chueco y al verlo en esas condiciones no supo qué hacer. No había noche que al Chueco no lo sacaran a punto de desmayarse y vomitando bilis. La vi mal y la invité a la mesa. Sentí algo en mi interior que no puedo explicar.
—No es fácil para mí verlo así, pobre viejo… —sollozó.
Años atrás, la sonrisa era constante en el Chueco. Era siempre él el que contaba un chiste para cambiarnos las manos malhumoradas, o el primero en proponer un brindis por algo, por lo que sea, por lo primero que se le ocurriera. Nunca había tomado más de un vaso por tarde. No le gustaban, además, las bebidas blancas. ¡Y siempre bien vestido!
—Mírelo —me dijo—, se le caen los pantalones…
Yo no hablaba. ¿Qué podía decirle a una piba de dieciocho años que miraba a su padre desde un rincón? El Chueco quiso sentarse en una banqueta pero trastabilló y cayó sentado en el piso. Verónica se paró instantáneamente para ir en su ayuda pero un potente grito de su padre lanzado al aire la detuvo:
—¡Que nadie me ayude, carajo! ¡Yo me arreglo solo!
Le pedí que se sentara, que se tranquilizara. ¿Qué iba a hacer? Tanto ella, yo, como todos los que estábamos allí presentes conocíamos al Chueco, y sabíamos que era inútil hacerlo salir del bar mientras tuviera un poquito de conciencia.
Verónica sacó un pañuelo de su bolso e impidió que una nueva lágrima escapara de sus ojos.
Yo sabía que el Chueco se había separado de su mujer y sabía el porqué. Había sido un escándalo, media ciudad lo sabía, pero él jamás, ni en su peor borrachera, había hecho mención alguna al caso.
—No es justo… —murmuró Verónica.
Recuerdo que dieciocho años atrás —ya nos conocíamos con el Chueco, ya éramos amigos— llegó al bar gritando de alegría, sonriendo como nunca, solicitando felicitaciones hacia su persona. Nunca antes lo habíamos visto así, tan desbordado.
—¡Nació Verónica! ¡Verónica Antúnez, carajo!
Qué feliz estaba… Y lo mismo pasó cuando nacieron Natalia y Carina, sus otras dos hijas.
—¡Un harem tengo! —gritaba loco de contento.
Pero un día, el mundo se le vino abajo al Chueco.
—El pobre sufrió mucho —me dijo Verónica, que no podía evitar el brillo en sus ojos—. No se merecía lo que le hicieron.
Yo no quise preguntar. No quería que justo su hija fuera la que me contara la verdadera historia. Pero no me animé a decirle que se callara cuando comenzó a hablarme. Noté en ella una necesidad imperiosa de hacerlo, aunque hiciera apenas unos cuantos minutos que me había conocido.
—Ni siquiera lo sospechaba. Mamá se había encargado muy bien de disimularlo…
Tomó el pañuelo nuevamente y secó sus lágrimas. Entre sollozos siguió:
—Andaba con ese hijo de puta que se decía amigo del viejo… ¡Amigo! ¡Si el mismo diablo era!
No podía quitar la vista de su padre mientras hablaba. Sufría con cada uno de sus torpes movimientos.
—Si se hubiese enterado él solo, si los hubiese sorprendido él mismo juntos, quizás el horror hubiese sido, si no menor, más soportable. ¡Pero se enteró por el diario! Claro, se cuidaron muy bien de no publicar los nombres, pero luego se enteró. ¡Su esposa! ¡Su propia esposa, con la que creía estar viviendo todavía una luna de miel! Espero no estar nunca en el lugar del viejo…
La invité con un café y solo aceptó un vaso de agua.
—Nosotras, sus hijas, no supimos lo que había pasado entonces hasta hace poco tiempo. ¡Qué nos íbamos a imaginar semejante vergüenza!
Me sorprendió lo del diario. Una infidelidad no era común que tomara estado público a través de un medio de comunicación.
—Todo el mundo se enteró de eso. ¡Pobre! No solo los encontraron en su lugar de trabajo sino que fue necesario también llamar a un servicio de emergencias…
No lo sabía. Me pareció terrible. Miré al Chueco y también me dieron ganas de llorar.
—Mamá no volvió a casa. No volvió a vernos desde aquel día... Cinco años hace…
No podía mirarla a los ojos. No lo soportaba. Ni Verónica ni sus dos hermanas menores merecían eso. Menos el Chueco, que acababa de caerse nuevamente al piso para levantarse inmediatamente a las carcajadas mientras pedía a la gorda D’Amico otro vaso de tinto.
—Tomá, viejo, seguí tomando si eso te hace olvidar… —murmuró.

domingo, 20 de junio de 2010

LA REBELIÓN DE LAS BESTIAS

"Huelga" (1960)

Rugió con mucha bronca. Nadie se inquietó. No volaron los pájaros ni salieron corriendo los animales salvajes hacia los cuatro puntos cardinales. El rey de la selva quedó atónito. Miró a su alrededor y vio a los monos jugando en los árboles; a las hienas que, muertas de risa, ni siquiera lo miraban; a las jirafas que coqueteaban entre ellas; y hasta vio una pareja de venaditos apareándose sin ningún tipo de inhibición. Creyó estar soñando y pidió a su compañera que lo pellizcara. Rugió nuevamente, pero ahora por el dolor, y con mucha más bronca que la primera vez ya que comprobó que, efectivamente, estaba despierto. Y nuevamente ninguno de los habitantes de la selva pareció conmoverse con el tradicional mensaje de su rey. Se rascó la cabeza y se echó pesadamente sobre los pastos húmedos del valle. La Leona lo miró extrañada. ¿Estará ya viejo?, se preguntó. Tiempo atrás hubiese salido a matar al primer ser viviente que se le cruzara por el camino y ahora ni siquiera movía una pata. Solo se había echado a descansar y a observar cómo se le reían sus súbditos en su propia cara.
Dos días atrás había venido uno de sus ministros, el Leopardo, a comunicarle que había sido disuelta una reunión a dos kilómetros del lugar, en la que se encontraban representantes de las más diversas especies de la selva. No había sabido explicarle el motivo por el cual se habían congregado esos bichos porque ni siquiera los había interrogado antes de que sus secuaces atacaran despiadadamente a la animalada. El Leopardo también le había dicho que ante una incipiente resistencia por parte de los insurrectos, se había procedido a reprimirlos en forma violenta, causando más de sesenta víctimas, las que ya habían sido devoradas por el ejército a su cargo. ¡Leopardo estúpido!, había exclamado el León. ¡Perdiste la oportunidad de averiguar qué estaban tramando por muerto de hambre! Desde hoy -lo sentenció- me vas a tener que consultar antes de atacar. El Leopardo bajó la cabeza y sin decir una palabra más se retiró hacia su caverna, cerca de las montañas.
Ahora el León pensaba en los posibles temas que estarían tratando en esa asamblea las bestias que hoy no le prestaban atención. Murmuraba entre dientes maldiciones para todas las bestias que seguían divirtiéndose como en feriado nacional. El venadito macho bebía agua jadeando de cansancio mientras la hembrita, insatisfecha, jugueteaba a su alrededor pidiendo una segunda vez. Un gran mono con trasero colorado se paseaba permanentemente a pocos metros del León haciendo alarde de su gran prominencia, dejando escapar de vez en cuando, a manera de burla, alguna flatulencia. Un jabalí y una jabalina lo miraban fijamente como estudiando la forma de gastarle alguna broma. Ni siquiera esos pajarracos insoportables que revoloteaban encima suyo dejaban de chillar. Estuvo echado allí hasta el amanecer, pensando, mirando, buscando el porqué de esa falta de respeto hacia su poderosa y siempre temida presencia. Si no hubiese sido por su compañera, hubiese pasado la noche allí, bajo las estrellas que iluminaban el valle sin ayuda de la luna. Vamos -le dijo-, los cachorros deben estar con hambre. Sí, vamos -contestó sin ganas y se dirigió hacia su cueva. El tranquilo sonido de las noches en la selva lo acompañó en su trayecto.
Esa noche los cachorros y su compañera comieron los restos de un ciervo que habían matado la tarde anterior. Todavía estaba sabroso. Él no probó ni un solo bocado. Masticó un poco de pasto fresco y se echó boca arriba a pensar. Preguntó una y mil veces a sus queridas estrellas por qué y por qué, pero el silencio fue la única respuesta. Pensó en la evolución del mundo y en la promulgación de los Derechos Animales, pero creyó que no tenía nada que ver. Si estos pobres bichos ni siquiera saben que hay una ley que los defiende, se dijo. ¿Qué pretendían? ¿Que se los trate con más rigor? ¿Estaban insatisfechos? Hasta en las ardillas advirtió una falta de respeto insoportable. Desde los árboles le arrojaban todo tipo de frutos y hasta ramas cuando pasaba. Las serpientes vivían sacándole la lengua como si fuera una diversión más. Y no solo los venaditos daban rienda suelta a su instinto sexual; también el hipopótamo, bicho apestable, montaba constantemente a su hembra en la orilla del lago. Y qué asco le daba ver al jabalí, con su cara de chancho baboso, hacer el amor -¿amor?- a una pequeña jabalina que, creía, era su propia hija. No había más respeto. Todo el orden impuesto por él y los de su raza desde siempre se estaba desmoronando. No podía ser que cada uno hiciera lo que quisiera ni que se paseasen muy tranquilamente por la selva cuando él estaba presente. ¿Y el temor que debían tenerle? Seguramente habría agitadores; algún bicho asqueroso estaría llenándoles la cabeza a todos esos imbéciles, que no sabían en lo que se estaban metiendo. ¿Y qué hacer?
Su compañera ya había acostado a los cachorros y vino a su encuentro. Le hizo algunas caricias e insinuaciones eróticas pero el León no le hizo caso alguno. Insistió. Le lamió una pata, luego otra, jugó con su larga cola y así se fue arrimando al miembro anhelado; pero lo encontró frío y débil. La Leona sintió una bronca feroz y gritó: ¡¿Qué?! ¿Además de la autoridad perdiste también la hombría? El León, tomando esa ofensa con calma, la llamó a su lado y le explicó su mal. ¿Por qué no reunís al gabinete?, sugirió ella.
Al día siguiente se reunieron en el valle los miembros del gabinete. No estaban todos, algunos estaban de viaje -relaciones públicas, que le llaman-. Estaban allí el Leopardo, el Tigre, el Rinoceronte y el Búfalo, todos ellos serios y malos, tal cual lo exigía su rey, el León. Cada uno dio su opinión sobre los acontecimientos según sus propias experiencias.
-Yo creo que se dieron cuenta de que uniéndose pueden hacernos frente -opinó el Tigre.
-A mí constantemente me hacen burlas -dijo el Leopardo.
-Y a mí también -continuó el Búfalo-. Y lo peor de todo es que si uno reacciona como lo hacía antes, ni siquiera se preocupan...
-Es más -siguió el Rinoceronte-, ¡te hacen frente!
-Creo que debemos adoptar medidas urgentes -concluyó el León.
Deliberaron durante dos días y dos noches sin volver a sus cuevas sobre los pasos a seguir. Tenían que volver a la normalidad antes de que fuera demasiado tarde. El terror debía volver a ser la ley de la selva. Los fuertes, los dueños; los débiles, la comida.
-De ahora en más -declaró el rey- todo aquel que no respete ni haga respetar las leyes de la selva, eternamente impuestas por mi poderosa persona y los de mi linaje, será condenado a muerte mediante ejecución pública que se llevará a cabo en este valle y frente a los ojos de todos los demás animales de la zona. Nuevamente el terror debe reinar en esta tierra porque si no corremos el riesgo, como nos está ocurriendo, de perder el dominio total de esto que es, sin duda, nuestro. No nos importará la raza ni la especie ni el tamaño ni la edad. Morirán todos aquellos que no quieran comprender que aquí mando yo. ¿De acuerdo?
No solo estaban de acuerdo; ninguno de los presentes se hubiera atrevido a contrariar las órdenes del León, el rey por naturaleza. Luego se pusieron a estudiar las formas de capturar a los insubordinados y cómo se los ejecutaría en público. Pruebas no se necesitarían. ¿Quién se atrevería a pedirle pruebas a la máxima autoridad? Se llamaría a asambleas generales en el valle cada vez que se llevara a cabo una ejecución, se explicaría el porqué y se advertiría sobre lo que le esperaba al que actuara de igual o similar forma que los ejecutados. Estuvieron seguros de que pronto la normalidad volvería a la selva. La fuerza y el miedo, sin duda alguna, se impondrían de nuevo.
Una vez terminadas sus deliberaciones, dispusieron el regreso a sus cuevas para descansar y prepararse para el nuevo plan a seguir. El Rinoceronte vio algo extraño hacia el sur del valle: una polvareda. ¡Miren!, exclamó. Cuando todos miraron hacia el sur, vieron esa nube de polvo y, mucho más cerca de ellos, a la Tigresa que venía corriendo como loca. Gritaba algo ininteligible. Todos aguardaron impacientes su llegada hasta que por fin pudieron descifrar sus palabras: ¡La animalada! ¡La animalada! Al llegar, entre suspiros y llantos, trató de explicar lo que pasaba. Los animales se habían unido para reclamar por sus derechos. Venían hacia ellos y no justamente en misión de paz. La polvareda se agrandaba y se acercaba cada vez más. El rey y sus ministros no supieron qué hacer. Debían actuar inmediatamente antes de que llegaran los insurrectos. Los nervios no dejaban pensar, y mucho menos el miedo, sentido por primera vez en su vida.
Sonó en su bolsillo el celular.
-¡Qué! ¿Qué? ¿Qué pasa?
Estaba muy entretenido en su escritorio leyendo la redacción de su hijo para la escuela -¿estas cosas aprenden ahora?, pensó-, cuando el insoportable sonido del teléfono lo interrumpió abruptamente.
-Hola. ¿Qué pasa?
Le contestaron del otro lado del aparato.
-¿Son muchos? -preguntó nervioso.
Habrá escuchado algún número o alguna cantidad aproximada.
-¿Y los otros están trabajando?
La respuesta pareció afirmativa.
-Dígales a esos negros de mierda que se pongan a laburar inmediatamente. No quiero llegar y verlos protestando porque me van a oír y que se atengan a las consecuencias. Ya voy para allá.
-¿Los obreros? -preguntó su esposa.
-Ajá -asintió malhumorado.
-Y... estamos a veinte y todavía no cobraron...
-¿Por qué no te ocupás de tus cosas? -le gritó, y sin saludar se fue hacia la fábrica. Los nervios no lo dejaban pensar. Durante el trayecto pensaría una solución. Encendió un habano cubano, puso en marcha su Mercedes Benz y suspiró.

lunes, 31 de mayo de 2010


"Nos vamos a morir de todas maneras.
Nos juguemos o no nos juguemos:
el problema, en todo caso,
no consiste en morirse joven,
sino en haber vivido al pedo".

Francisco “Paco” Urondo
(Santa Fe, 1930/1976)

sábado, 29 de mayo de 2010

ARCO IRIS: Sudamérica o el regreso a la aurora

Algo se está gestando / lo siento al respirar / es como una voz nueva / que en mí comienza hablar. // De pronto en el planeta / va quedando un lugar / donde los hombres podrán / seguir creciendo en paz. // Con su selva y su pampa / y su cordillera / un nuevo continente / pronto va a despertar. // Quizás los nuevos Incas / Quizás la nueva luz / La hora prometida / pronto va comenzar.
¡Sudamérica, Sudamérica!/ Sudamérica, Sudamérica!
Algo se está gestando / lo siento al respirar / es como un viento nuevo / que nos reunirá. // Sin personalidades / Sin armas ni color / Es como un sentimiento / Es como un nuevo Sol. // Con su selva y su pampa / y su cordillera / un nuevo continente / pronto va a despertar. // Quizás los nuevos Incas / Quizás la nueva luz / La hora prometida / pronto va comenzar.
¡Sudamérica, Sudamérica! / ¡Sudamérica, Sudamérica!
(de "Arco Iris" - 1972 - Autor: Gustavo Santaolalla)
Ara Tokatlián: vientos
Guillermo Bordarampé: bajo
Gustavo Santaolalla: guitarra y voz
Horacio Gianello: batería y percusión

jueves, 20 de mayo de 2010

SOCIEDAD COLONIAL


"Manifestación"
(Antonio Berni - Argentina, 1905/1981)
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Ocurrió un día cualquiera del año 2009. Mientras ayudaba a estudiar a Pedro Ciencias Sociales de 4º grado y leía cómo estaba compuesta la sociedad colonial santafesina en el siglo XVI, en forma jerárquica y desigual, vinieron a mi memoria voces muy cercanas, escuchadas en pleno siglo XXI.
Pedro debía aprender que la población blanca de aquella época formada por los españoles y sus descendientes (los criollos) ocupaba una posición privilegiada. Se consideraban superiores por el color de su piel, por su riqueza y sus costumbres. Eran los blancos ricos, dedicados al comercio o propietarios de grandes estancias, un grupo muy pequeño de familias emparentadas entre sí. Se llamaban a sí mismos “la gente decente”.
Que los mestizos (mezcla de indígenas y españoles) eran vendedores ambulantes. Los indígenas —los verdaderos dueños de la tierra— fueron los más perjudicados por la llegada de los conquistadores, que los dominaron por la fuerza ya que poseían armas de fuego y caballos, desconocidos en estas tierras.
Que en el último estrato social estaban los mulatos y negros, que eran considerados, o mejor dicho, no eran considerados seres dignos. Eran esclavos que la clase dominante podía comprar y vender a su gusto.
Mientras Pedro leía yo pensaba en la gente que por estos días tenían que hacer interminables colas para poder gestionar un subsidio nacional. Y en mis oídos resonaron palabras dichas en pleno siglo XXI que bien podrían haber sido dichas en la época colonial.
“Hay que ver la mugre que dejan en la vereda cuando se van y hay que limpiar todo…”, murmuró una mujer indignada.
“Son negros que nunca laburaron ni lo van a hacer mientras sigan dando subsidios y casas gratis”, aseveró un cincuentón muy bien vestido mientras miraba la larga cola desde la vereda de enfrente.
“¡Hay un olor a jaula!”, dijo despectivamente una profesional del Derecho luego de pasar por al lado de la larga cola y mientras ingresaba al edificio de los Tribunales.
“Griten `¡A trabajar!` y van a ver cómo salen todos corriendo y no hay más colas”, comentó un funcionario público mientras se aflojaba la corbata que lo ahorcaba.
“¡Que agarren la pala!”, sugirió despectivamente alguien que nunca la había agarrado en su vida y sin embargo tuvo mejor suerte que cualquiera de los que hacían la cola.
“Es una vergüenza”, se quejó un joven de veinte pero con mente de ochenta mientras abría sus brazos nerviosamente, sin pensar que no eran ellos los culpables de esa situación.
“Esto no da para más, tiene que explotar de alguna manera”, sentenció un gorila nostálgico de vida contemplativa y cómoda, mientras deseaba que una mano dura se hiciera cargo de la situación.
Pedro siguió leyendo: “Era difícil que la clase acomodada se relacionara con los blancos más pobres y más raro aun que lo hicieran con los mestizos, mulatos, indios o negros”. Detuvo la lectura, pensó y me planteó: “Si los españoles, los blancos, no se relacionaban con los indígenas y negros, ¿de dónde salieron los mestizos y los mulatos?”.
Intenté una explicación acorde a un niño de nueve años y no pareció entender.
Es evidente que el pensamiento de la "gente decente" del siglo XVI cinco siglos después sigue vigente, y que los que por entonces eran el último eslabón de la sociedad, todavía lo siguen siendo.