sábado, 27 de noviembre de 2010

¿TE ACORDÁS?


¿Te acordás? Fue un día que conservo muy bien en mi memoria, siempre, a toda hora. Recuerdo que nos fundimos en una sola mirada, fulminante. Todavía tengo presente ese momento en que tu verde mirada hermosa me cegaba la vista; no veía más que tus ojos enamorados. Fue no hace mucho. Estábamos sentados en la vereda, allí donde todos nos veían al pasar, allí donde un perro vagabundo era el único testigo de nuestra conversación. Todavía no nos conocíamos muy bien... pero parecía una amistad de mil años.
Yo nunca escribí algo parecido a esto antes de aquel día. No creo en técnicas que expresen lo que uno siente. Yo escribo lo que siento, o trato de hacerlo, así nomás de simple. Aunque bien sé que dos palabras dichas cara a cara y seguidas de un beso valen más que un libro entero. Decía un grande: «Cuando un poeta te pinte en magníficos versos su amor, duda. Cuando te lo dé a conocer en prosa, y mala, cree».
Teníamos una botella de sidra y bebíamos sin vaso, apoyábamos nuestros labios en el vidrio grueso y reíamos después de cada trago. ¿Te acordás? Estábamos alegres, brindábamos a cada instante y festejábamos algo que no entendíamos. Estábamos muy juntos. La primavera nos cubría. El cielo se iluminaba de tantas estrellas y todas vieron cómo mi brazo izquierdo se apoyó en tu hombro; y vos, con una mirada, lo dijiste todo.
A nuestro alrededor el mundo se llenó de colores y daba vueltas más rápido que nunca. El sol asomaba a cada instante y nos calentaba la cara. Tus mejillas estaban ardientes. Tus cabellos jugaban con mi rostro suavemente. Vos no lo advertías, pero yo sentía un cosquilleo interior que nunca antes había experimentado. Vivíamos en ese instante segundos de incoherencia romántica, como si en el amor se pudiese hablar de sentimientos coherentes... El sol y las estrellas se peleaban por estar sobre nosotros sin saber que al fin y al cabo ganaría la oscuridad. Tus mejillas se encendían y se apagaban constantemente.
No soy muy ducho, como te habrás dado cuenta, en materia de amor. No puedo hablar de algo que todavía no conozco, de algo que vos seguramente me hubieses enseñado a comprender. No sé si digo las cosas acertadamente. Sí sé que hay algo que me impulsa a hacer esta confesión. Sé que en mi mente hay algo que está fuera de lugar, algo casi incomprensible. Una sensación violenta como la que sentí aquella noche. ¿Te acordás? Siento que en mis venas la sangre corre como por un arroyo de montaña, un arroyo rojo, color pasión, color locura, color muerte.
Nunca esperé que en aquel momento sucediera lo que al final —por suerte— sucedió. Tu mirada me hipnotizó, tu sonrisa me atrapó y creo que, al mismo tiempo, nos dimos cuenta de lo que pasaba. La sidra se había terminado, el perro nos miraba moviendo la cola, como entendiéndolo todo. Estábamos solos y los autos a esa hora casi ni pasaban. Cada vez estábamos más cerca el uno del otro. Podía sentir tu respiración, podía escuchar el latido de tu corazón. Luego ya no nos miramos —¿ver-güenza?, ¿timidez?— y nuestra atención se dirigió al único testigo de nuestros actos. ¿Quién sabe si ese perro vagabundo estaba pensando en nosotros o si solo nos miraba porque no tenía otra cosa mejor que hacer? Quizás en su silencio intuía lo que vendría, quizás con su mirada nos hipnotizaba. ¿No habrá sido acaso Mefistófeles convertido nuevamente en perro? Nos miraba fijamente y movía la cola. ¿Te acordás? Sí... Quizás fue su culpa, quizás fue mi éxtasis, quizás tu docilidad. ¡Cómo te quería! Algo en mi mente no estaba bien. Te quise como a nadie, al punto de enloquecer.
Era la primera vez que yo me sentía así. Fuiste la primera que me abrió el corazón. Creo que antes estaba vacío. Vacío de todo lo que pudiera llamarse felicidad. Tenía sentimientos —siempre los tuve— pero solo sentía lo malo, los defectos, lo crítico. Mis ojos estaban vendados por una realidad cierta y negra, y vos, con tu simpleza, pudiste abrirlos, pudiste pintarme una nueva realidad.
¿Te acordás? No sé cómo terminar esto. No me siento capaz de utilizar las palabras justas para culminar la evocación de ese día, de esa noche, de ese primer beso... ¿Cómo olvidarlo? Nadie permita que en el resto de mis días yo pueda olvidar esos momentos. Que ni el señor de la luz ni el dueño de las tinieblas hagan de mi mente un frasco vacío. Que en este lugar donde escribo jamás puedan lavarme el cerebro. Ni con cables ni con rayos. Jamás lo lograrán. Nadie podrá borrarte de mi mente, nadie. ¿Dónde estás? ¿Por qué me abandonaste?
¿Te acordás? Si es así, las palabras son inútiles. ¿Para qué arruinar con el lenguaje lo que es hermoso así nomás, en el recuerdo, en nuestra mente? El relato del momento culminante sería en vano. Ahora, escribiendo esto me doy cuenta de cuánto te quería. La soledad convierte a los seres humanos en poetas. Mi amor por vos quisiera transformarlo en poesía pero no puedo. Ya te dije que en materia de amor soy muy ignorante. Será por eso que ya no estamos juntos... El poco tiempo que lo tuvimos no bastó para que comprendiera que existen sentimientos que se comparten. Fue muy corto el tiempo. No lo pude entender.
Vivo preguntándome qué sería de nosotros si aún estuviésemos juntos. ¿Por qué no pude esperar y me apresuré tontamente? ¡Qué bueno hubiese sido tenerte para siempre a mi lado! Lo que ocurre es que a uno le falta experiencia. La primera vez generalmente no se piensa y uno después se lamenta. ¡Qué loco fui! Pero todavía hay tiempo para el arrepentimiento. Siempre hay una segunda vez. Yo creo que nos volveremos a encontrar. ¿Me aceptarás? Sí, ¿no es cierto? Ese es mi sueño: volver a empezar y ser felices. ¡Una eternidad juntos!
¿Te acordás? Yo sí. Esa noche quedará grabada en mi mente por el resto de mis días. Lo recuerdo a cada momento. Cuando observo las paredes húmedas, despintadas; cuando por los barrotes de la pequeña ventana se cuela un rayo de sol; cuando se abre y se cierra la pesada puerta de hierro tres veces al día. Y ahora mismo lo estoy recordando...
¿Te acordarás? Ya no estamos juntos. No alcancé a conocer el amor, no tuviste tiempo de explicármelo. No te di tiempo. ¿Me guardás rencor? Esto es el reconocimiento de lo que yo sentí por vos. ¿Amor? No. ¡Pasión!
Siempre te recuerdo. No olvidaré nunca la cara de horror que pusiste al sentir que mis manos cortaban tu respiración. ¡Cómo te quería! ¡Cómo te quiero!
Pero ya lo sabés: no supe interpretar el amor y hoy pago las consecuencias acá, encerrado, sin nadie con quien hablar, solo, pero con tu recuerdo hasta el final.

2 comentarios:

  1. Bueno, qué decir? El amor y la muerte son una pareja infalible para el arte, me gusta la imagen del arroyo de sangre, el rojo complementa al relato, pero estallando en color. Y luego la respiración cortada y el justificativo de no saber de amores, todo encaja de manera perfecta Felis, me dió un sacudón este final.

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  2. Excelente relato. Mas allá de la ficción, me hace pensar en cuantas veces uno por no haber sabido o no animarse a expresar el amor lo ha hecho con gestos violentos o agresivos.
    Sin duda el ser humano espanta mas que lo que atrae.
    Saludos!

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