martes, 22 de junio de 2021

VIEJAS AMISTADES



Muchos años hacía que había abandonado mi Santa Fe natal y muchos años hacía que no la veía. Fue sin dudas mi mejor amiga, de esas que no se olvidan jamás. Durante aquella entrañable adolescencia muchas cosas compartimos; demasiadas nos hicieron felices y muy pocas nos amargaron. ¡Si no teníamos más que pensar en pasarla bien!...
Un día -¡qué hermoso fue ese día!- la volví a ver. Nos abrazamos muy fuerte ante la mirada de quienes no entendían semejante gesto. Solo ella y yo sabíamos cuánto sentíamos. Hablamos poco, la circunstancia no era la ideal y los dos quedamos incompletos, insatisfechos. Tanta vida había pasado...
Luego, su voz en el teléfono. Era demasiado lindo. No podía ser verdad. Aquella amiga del alma se acordaba nuevamente de mí y me lo decía por teléfono, a kilómetros de distancia. Me dijo que me iba a escribir... Contento, orgulloso, sin miedos, le di mi dirección... Y los días pasaron...
Cuando levanté el sobre del piso, un escalofrío corrió por todo mi cuerpo. Se revolucionó mi mente. En un segundo había rejuvenecido veinte años. Me crecieron los cabellos, desapareció la barba, se esfumaron las canas, ya no tenía las arrugas ni las ojeras del cansancio en mi rostro. Bajé como diez kilos. La corbata y el saco se transformaron en una remera negra y una campera de jean supergastada y rota. Los zapatos bien lustrados, en las viejas Topper botas negras. Miré la letra y era la misma. Nada parecía haber cambiado. El pasado volvía a mí como un milagro esperanzador que me confirmaba lo que siempre había sostenido: La magia de hoy vendrá mañana... Me tiré en el sillón con la carta en la mano izquierda mientras con la derecha alzaba a Pedro, que me pedía upa con sus bracitos estirados. Luisina y Josefina corrieron a mi encuentro y se me tiraron encima llenándome de besos, como todos los días, a la misma hora, al regreso del trabajo. Pude lograr que el sobre no se cayera ni se arruinara. En pocos segundos las mujeres me aturdieron –hablaban las dos al mismo tiempo, por supuesto- con sus vivencias escolares. El pobre Pedro trataba de llamar la atención con gritos y señas cada día más entendibles. ¡Cómo no sentirme bien si tanto el presente como el pasado se juntaban en un segundo para hacerme sonreír!
Cuando por fin todo se tranquilizó –léase: uno se durmió, otra miraba dibujitos animados tirada en la cama matrimonial y la otra hacía en silencio los deberes de la escuela-, agarré nuevamente el sobre y me relajé. No quise abrirlo enseguida. Era demasiada la emoción y quería disfrutar ese momento. Volví a ver la letra todavía adolescente, y volví a sentirme el adolescente que alguna vez fui. El corazón me latía muy fuerte por la emoción. ¿Cuánto hacía que no me pasaba algo así? Suspiré profundo y desprolijamente rompí el sobre. De repente fruncí el ceño. ¿Y si lo que expresaba esa vieja letra no era lo que yo esperaba que dijese? ¿Qué derecho tenía yo de pensar que el contenido de la carta iba a ser el que yo quería que fuese? ¿Qué obligación tenía ella de escribirme lo que yo quería leer? Prolongué el suspenso...
Puse un viejo casete, me recosté en el sillón, cerré los ojos, y mientras Pastoral cantaba "y pasar por el colegio y la secundaria / y cerrar mi mente a todo lo que sea farsa", recordé aquellos días de amistad verdadera. Se me hicieron presentes en apenas unos segundos aquellas siestas domingueras en la casa de Mónica, las salidas en “patota” -¡cuántos éramos!-, tantas reuniones, tantos mates, tantas cervezas, tantos bailes, tantas fiestas, tantos cumpleaños, muchísimas risas, algunos llantos... ¡Qué hermosos días de inocencia y de verdadera amistad! Miré a Luisina, que hacía sus deberes; imaginé a Josefina viendo a Las chicas superpoderosas, a Pedro viajando por sus inocentes sueños, y deseé profundamente que en su adolescencia puedan disfrutar aunque sea algo de lo que yo disfruté en la mía. Juro que me emocioné –por suerte conservo esa virtud, me sigo emocionando con las cosas simples- y leí la carta tan deseada...
Sigo con el cabello corto, las canas no desaparecieron, tampoco bajé un gramo, y para que mis ojeras aflojen un poco tengo que dormir más... Pero no lo van a lograr. Lo cierto es que desde que la carta llegó a mis manos hay algo que me hace sonreír más frecuentemente. Por las arrugas no me voy a preocupar demasiado. “No se arrugó mi alma, y eso es lo bueno”.
Octubre de 2001

6 comentarios:

  1. y no se anula la imaginación del lector. Muy bueno.Un abrazo

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  2. yo tuve hace unos cinco años un encuentro cercano del tercer tipo,parecido a ese, con un nombre del pasado. Despues de ese momento inaugural pasaron cosas pero nada nada nada me va a sacar la emocion que senti cuando volvi a ver el nombre de alguien importante de ¡treinta años atras! titilando en el remitente de mi correo electronico. Nada.Por que no importa que el otro haya cambiado y lo que yo encontre no era lo que esperaba. Me di cuenta de que yo persistia. Que yo no habia arriado mis banderas. Fue un momento de gracia. Como el de su cuento.

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  3. Hay una parte que no se lee :( ...

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  4. Tenés razón, Lean. Ahí lo arreglé. Gracias

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  5. Muy bueno. Pasado y presente en una carta y quizás, la certeza de que no se han bajado los brazos, por más que sumemos arrugas, kilos y cansancio. Ah, también me emocionan las cosas simples.

    Creo que es la primera vez que ando por acá y volveré. Seguramente.

    Saludos desde la patagonia

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