miércoles, 7 de septiembre de 2011

2 - TIEMPO DE TRANSICIÓN


Junta esperiencia en la vida

hasta pa dar y prestar,

quien la tiene que pasar

entre sufrimiento y llanto;

porque nada enseña tanto

como el sufrir y el llorar.

Martín Fierro

.

Las piernas cruzadas, la mirada dirigida al suelo, en las manos un libro sin abrir. La cama soporta mil kilos de recuerdos, de ilusiones, de amor. Se escucha en la habitación una suave canción que ayuda a crecer la melancolía. Sus ojos miran sin ver. O sí, ven, pero hacia adentro, lejos, a miles de kilómetros, lugares invisibles, abstractos, inciertos. Una mosca inquieta zumba alrededor de su oreja pero él no se inmuta. Está lejos de esa mosca, de esa habitación, de esa Divina comedia. Sube la vista y ve su escritorio desordenado, con tierra, repleto de libros y carpetas cerradas, vírgenes, inexploradas. Una rosa blanca se marchita luego de cinco días de haber sido mutilada de su cuerpo materno, sin sangrar, pero sí sufriendo la dolorosa separación. Piensa que las rosas se marchitan, pero su incertidumbre no.

Estira ahora sus piernas y se acuesta en la cama. Su cabeza se hunde en la almohada como en un colchón de agua, al mismo tiempo que su mente se hunde en el recuerdo. El techo grisáceo no le alcanza para imaginar algo o a alguien que no está. De vez en cuando abre su libro pero no ve las letras, no ve a Dante y a Virgilio juntos recorriendo el infierno, no sabe que está mirando cosas ideales, personas ausentes, lejanas; pero sí sabe que no son inalcanzables.

No está en paz con su mente, con su cuerpo; no está en paz porque en sus ojos se ven brillar lágrimas que se van formando de a poco para después, quizás, no descender por sus mejillas. No. No caerán. En vez de recorrer sus mejillas, se hundirán en su interior y herirán algo más delicado: su espíritu.

El almanaque le informa que está respirando un miércoles quince de setiembre y la ventana semiabierta le muestra que no solo el techo de su habitación es gris. Siente frío porque está desnudo, desparramado en su cama, y recuerda esos momentos cálidos que algún día vivió, pero no en soledad.

Y ahora está solo, siempre mirando el techo con sus ojos marrones que no ven, con su mirada dirigida al pasado que espera recobrar, ¡pero cuándo!, se grita a sí mismo sin escucharse. Gira en la cama y la almohada construye un muro impenetrable delante de sus ojos y lo obliga a suspirar profundamente sin tratar de hacer nada para romper dicho muro. Se relaja. Su brazo izquierdo cuelga al costado de su cama, sus piernas están separadas y la mosca se apoya sobre su espalda. Él está viajando por tiempos remotos y la almohada besa sus labios. El insecto recorre velozmente su espalda, sintiendo quizás el fuerte latido de su corazón. Abraza su almohada sin dejar de hundir la cabeza en ella y la acaricia. La mosca vuela violentamente hacia la ventana pero se estrella antes de llegar contra una ráfaga de viento que la hace retroceder.

Reacciona y ve la Divina comedia en el suelo, semiabierta y con un par de hojas dobladas. Afuera llueve y es de noche. Cierra la ventana y siente el zumbido de la mosca cerca suyo. Con una carpeta la aplasta contra la pared. Está entredormido. No sabe qué hora es. Piensa que durmió muchas horas y que no leyó nada. Acomoda un poco su escritorio y limpia el polvillo que hay sobre él. Abre una de las carpetas, enciende la luz y se sienta delante de ella, listo para internarse en la lectura. No entiende la letra, su propia letra, y suspira. Con sus manos refriega fuertemente sus ojos. Piensa en el tiempo, en el día que está viviendo, quince de setiembre. Piensa en su soledad y mira el reloj despertador: ¡las dos y media de la tarde!

Apoya sus codos en el escritorio, su cabeza sobre sus manos y mira a través de la ventana: el sol brilla muy fuerte. Una mariposa se pasea entre los árboles.

Sonríe al pensar que a las dos de la tarde se había puesto a leer el libro de Dante sentado en la cama.

Pero sufre al sentir que su soledad no termina más.

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