domingo, 12 de febrero de 2012

EL LUGAR DE LA POESÍA



Ingresé con ganas. No recordaba cuál había sido el último congreso de literatura al que había asistido.
Hacía tiempo que no regresaba a mi ciudad natal y volver al ámbito universitario me causaba una sensación de extrañeza.
“5º Argentino de Literatura”. 16,30 de un jueves de agosto caluroso, húmedo, atípico. Sin haber recorrido aún las calles de mi añorada ciudad, traspasé las puertas del Foro Cultural y me dirigí a la charla “Paisajes de la poesía argentina”.
Marilyn describió en versos cómo una rodaja de pan con manteca y azúcar ingresaba a su boca y la masticaba. También charló largamente con su gata. Pasaron desordenadamente hojas y hojas plagadas de poemas y deseé que llegara el último. Y, por fin, llegó. Aplausos.
Inmediatamente, Osvaldo ilustró un lugar ausente de sus pagos, con hechos y personajes invisibles (o no), a los que recordaba emotivamente de cuando habían sido verdaderos (o no). No sé cómo ocurrió, pero en ese ambiente pueblerino surgió entre versos una Anchorena y Osvaldo se despidió. Aplausos.
De pronto me encontré escuchando a Sergio, que recitaba versos duros y monótonos sobre puertos, máquinas, fábricas, buques, extrañas letras y palabras, todo muy frío como para intentar dar lirismo a las palabras. Algunos aplausos cortaron, de vez en cuando, la monótona lectura de Sergio. ¿Gustaron más sus versos que los de Marilyn u Osvaldo?
Evidentemente, Marilyn, Osvaldo y Sergio estamparon en los versos SUS emociones, SUS vivencias, SUS convicciones literarias e, inclusive, políticas. MUY SUYAS. Demasiado SUYAS. Tanto, que no las percibí.
No esperé la finalización del debate. Sentí, no sin un dejo de angustia, que esa poesía no ocupaba un lugar en mi corazón. Con un poco de vergüenza, di la espalda a los poetas y salí a la calle. Sentí el bullicio de los autos y colectivos, y sin saber adónde dirigir mis pasos, caminé.
La ciudad volvía a meterse en mi sangre todavía caliente como lo había hecho tiempo atrás, cuando la caminaba sin pensar demasiado, pero sin dejar de soñar.
Observé -y recordé- viejas construcciones, ciertas vidrieras, ahora más coloridas, añoré negocios. Busqué la librería donde compré la mayoría de mis libros de juventud y la encontré con el nombre cambiado. Me crucé con gente, muchísima, de todas las edades y colores, tamaños y vestimentas. Sonrisas y caras serias. Pisé veredas eternamente rotas y volví a escuchar el grito “¡cubaniiitoos!” ya casi borrado en el recuerdo.
Respiré profundo, sonreí y seguí caminando firme por la peatonal en busca de caras conocidas y hace tiempo perdidas. Un cosquilleo invadió todos mis miembros a medida que avanzaba por las calles. Las imágenes de otrora se confundieron con las actuales y lograron una amalgama espectacular que dimensionó todavía más mi sonrisa.
Pensé en la poesía de Marilyn, de Osvaldo, de Sergio. Y comprendí que era allí, en la calle que estaba caminando, en la mirada de la gente, en las viejas edificaciones y en el bullicio de un día cualquiera, donde la poesía cobraba sentido para mí.
Santa Fe, 13 de agosto de 2009
* * *
Escrito luego de asistir a la charla “Paisajes de la poesía argentina” llevada a cabo en Santa Fe el jueves 13 de agosto de 2009 en el marco del “5º Argentino de Literatura” organizado por la Secretaría de Cultura y el Departamento de Literatura de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional del Litoral.

2 comentarios:

  1. que lindo lo que contàs, Sergio.
    Yo escribo cronicas y a veces me pinta algun cuento: Sin embargo cuando escribo poesia (acaso mala, y que importa, a estas horas de mi vida) es como algo de la tripa, me sale como un vomito necesario de palabras ¡bien me gustaria a mi, rimar decimas! pero no, la poesia existe como hilo conductor desde el alma a la palabra.
    Un cariñoso saludo de Nilda.

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  2. Quizás el título del post debería haber sido otro: "El lugar de la poesía para mí". Debo decirte, Nilda, que para que la poesía "me llegue", debe ante nada gustarme, y esa poesía que me gusta es la que al finalizar de leer o escuchar el último verso me hace sonreír, o murmurar un "qué bueno". Mala, buena... no sé. Este texto lo escribí luego de huir raudamente de la charla en un congreso de literatura, porque fue lo primero que sentí. Y no sabía si publicarlo o no. Mi condición de profesor en letras debería exigirme un análisis más crítico, más fundamentado. Pero es lo que sentí, y lo que pienso. ¡Qué mierda! No soy crítico literario tampoco, che. Un beso

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