Cómo me gustaría formar parte de esa escena…
Un soldado ayuda a su compañero a escapar hasta el pozo. La cara sucia, el gesto con una mezcla de dolor y bronca. El olor a carne quemada y pólvora los asfixiaba. Gritos, estruendos, frío, desilusión. Días después, vencidos, volvían a su pueblo, a su casa, a su vida.
Pasaron más de treinta años y ahora están juntos, frente a las cámaras de televisión, recordando el momento, ilustrándolo en la mente de los televidentes, intentando hacer sentir en la piel de los que no vivieron la guerra, el horror que ellos sufrieron.
Cómo me gustaría formar parte de esa escena…
Al llegar al pozo húmedo, frío, oscuro, sucio, mientras vencían al viento y al miedo, se arrojaron de panza, como tantas veces los habían obligado a hacer cuerpo a tierra en el cuartel. Allí encontraron una cierta tranquilidad. Se miraron con desesperación y permitieron que en ese gesto de dolor y bronca se insinuara una sonrisa mientras la noche explotaba y se iluminaba constantemente.
Por aquellos días tenían mi edad… Ahora tienen mi edad. Están canosos. Parecen felices. Pero detrás de esos ojos grandes se advierte aún la herida abierta. Están orgullosos de haber peleado en las islas y juran que volverían para intentar recuperarlas. Llevan a cuesta el dolor de la derrota, el sentimiento de que están en deuda, la impotencia de no haber podido…
Cómo me gustaría formar parte de esa escena…
Pero estuve en otra que pocos recuerdan y que muchos, seguro, imaginan. Era insoportable el ataque del enemigo y debimos retroceder. Dejamos de ser un grupo. En ese momento cada uno debía salvarse. El fusil descargado no era más que un estorbo y lo abandoné. Corrí hacia el pozo más próximo. La luz de las bombas constantes me permitía ver el camino. Una había caído muy cerca y sentí el viento de las esquirlas a pocos centímetros de mi cabeza. Me había tirado a tiempo. Me levanté y corrí hacia la retaguardia, buscaba un maldito pozo para protegerme. Debí tener una cara horrible. Estaba desarmado, tenía frío, hambre y miedo. Cuando divisé un pozo, veinte o treinta metros más adelante, escuché el grito. Le habían dado a Chirino. Estaba a pocos metros de mí, escapando desesperado hacia el mismo pozo, cuando una esquirla le alcanzó la pierna derecha. Cayó y gritó. Me frené y volví la vista. Estaba arrodillado y se apoyaba en su fusil. Dudé, pero el gesto de Chirino me conmovió. Me miró con el mismo gesto de dolor, bronca y miedo que teníamos todos en ese lugar, a lo que le sumó el hecho de estirar su brazo derecho hacia mí. Me pedía ayuda. Hubiese podido dejarlo ahí y salvarme, pero no pude… no. Podría haber sido yo el que necesitara ayuda y me puse en su lugar. Volví hacia él corriendo, cabeza gacha, venciendo al viento y al miedo, ayudado por esa extraña luz nocturna de las bombas. Lo ayudé a pararse. Su brazo izquierdo abrazó mi hombro, se apoyó en su única pierna sana, lo abracé por la cintura y nos fuimos como pudimos hacia el pozo.
Cómo me gustaría estar ahora frente a esas cámaras de televisión, junto con mis compañeros, héroes ellos, tanto como Chirino y yo. Pero son ellos los que pueden contar historias mientras esperan el reconocimiento insoportablemente postergado de una sociedad que vivó la guerra y de los gobiernos inmutables que se suceden año tras año.
El pozo estaba a veinte metros. Demasiado lejos para huir del incesante e insoportable ataque enemigo. Con Chirino y muchos más nos quedamos eternamente en nuestras islas entre el frío y el viento, con el eterno gesto de dolor, de bronca y de miedo.
ud. mismo lo tiene al costado de su blog. Endurecerse sin perder la ternura, jamas.
ResponderEliminarSe me caían las lágrimas mientras iba leyendo.
ResponderEliminarExcelente relato, Felis. Crudo y real, sobre todo, lamentablemente real.
Cariños!
Vaya...me llena de orgullo conocer a un ex-compañero de escuela que se ha convertido en un combatiente! y no digo ex combatiente ni veterano...para mí siempre serán combatientes! combatientes de la indiferencia, de la falta de reconocimiento, de la indolencia de sus propios compatriotas! Y sé que existen miles de argentinos que comparten mis sentimientos. Esa herida abierta que mencionás duele, te juro que duele...aunque no me haya acercado ni un metro hacia el sur argentino! En vos y Chirino, como representantes del resto de los combatientes...vivos y fallecidos, deposito mi mayor agradecimiento y mis más auténticas disculpas!
ResponderEliminarMaría Gabriela
Santa Fe, ciudad
Mil gracias, Gabriela
ResponderEliminarconmovedor Sergio, una inspiración para este sábado
ResponderEliminarHasta pronto
Gracias, Pedro. Suerte para el recital
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