lunes, 11 de mayo de 2020

SOLO HASTA EL FINAL


De chico ya me gustaba estar solo. En la escuela, en la calle, en casa. Pero era difícil.
En la escuela estaba rodeado de cientos de chicos alborotados que jamás me dejaban sentir en soledad. Pero me las ingeniaba. En el aula, mientras el profesor intentaba mantenernos a todos atentos, yo, en el último banco, me dedicaba a dibujar. Nunca nadie le encontró sentido a mis dibujos. Ni yo. Pero era hermoso hacerlos, mirarlos crecer, terminarlos, esconderlos para evitar la sanción. Me las arreglaba para alejarme de todo el entorno y ser feliz en mi pequeño mundo interior.
Donde no tenía mayores problemas para aislarme era en la calle. Siempre caminé por los cordones de la vereda sin reparar en la gente ni en los autos que pasaban. Bajo el sol o bajo la lluvia. Con la única compañía del cigarrillo que se consumía enseguida. O silbando una canción que me ayudaba a ignorar los ruidos molestos del mundo.
En casa no era nada fácil. Éramos cuatro hermanos más mis viejos en una casa chiquita. Pero siempre hice lo imposible para estar conmigo mismo, aunque acompañado. Los mejores momentos los pasaba sentado arriba del ropero que había en el comedor y escuchaba música muy fuerte con los auriculares puestos. No me daba cuenta de que mi familia estaba en casa, no escuchaba si sonaba el teléfono o si llamaban a la puerta. El perro podía ladrar sin cansarse que yo no lo escuchaba. Con mi música imaginaba episodios que me hubiese gustado convertir en realidad. Lo curioso era que en todos esos sueños no quería estar solo y hacía participar a una amiga que siempre estaba a mi lado y con la que disfrutábamos al máximo nuestra adolescencia en libertad. Y es por eso que ahora pienso seriamente si mi soledad se debía a que me gustaba estar solo o simplemente a mi incapacidad de comunicarme con los demás. Siempre soñé con tener un cuarto propio y nunca lo tuve. Más que un cuarto, un refugio. Un altillo lleno de cosas mías, de mis libros, de mis posters, de mis cuadros, de mi música, de mi ropa… todo mío. Con una ventana a la calle y desde arriba mirar a la gente pasar. Y que no me vean. Quería saber de los otros pero que nadie supiera de mí. Por las tardes abría la ventana del frente de casa a la misma hora y esperaba que pasara una maestra de la escuela del barrio —nunca supe cómo se llamaba— que me gustaba. Habrá tenido unos diez o quince años más que yo… pero qué linda era. Yo la observaba mas no me dejaba ver.
Siempre quise estar solo, no sé el porqué: siempre me gustó. Además, tengo que sentirme satisfecho porque, al fin de cuentas, nunca tuve a nadie a mi lado. A pesar de que quisieron hacer de mí un ser social. ¡Ja! No pudieron. Y hoy estoy solo. No sé si decir que soy feliz. Tendría que estarlo, ¿no? Estoy como siempre me lo propuse: sin nadie a mi alrededor. Solo unas pocas luces y una sábana blanca. Nadie me viene a ver, a reconocer. Estoy verdaderamente solo. Dentro de veinticuatro horas seguramente la tierra estará cayendo sobre mi cajón y ni una lágrima, ni una, caerá por mi culpa.

1993

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