domingo, 3 de enero de 2016

FIN DE HISTORIA

Daniel Estebe
(Argentina, 1959)

—¿Sergio?
No me gustó que me llamara directamente por mi nombre. Estaba allí parado sin permiso y ni siquiera sabía quién era.
—Sasanellif —corregí.
—Mucho gusto, Sergio… Sasanellif. Encantado de conocerlo. Soy Nasal. Felis Nasal.
—¿Félix Nasal?
—No, no. Felis, así como suena: grave y con ese. Ignorancia del empleado del Registro Civil, ¿vio?
No me caía bien su tonito confianzudo. Había llegado a mi oficina sin avisar y había golpeado la puerta sin anunciarse primero con Sofía, mi secretaria. Cinco golpes secos pero con ritmo me habían despabilado. La lectura de uno de los tantos contratos que tenía que controlar había provocado mi adormecimiento.
—¡Sofía! ¿Qué pasa? —procuré una respuesta por el intercomunicador, pero mi fiel secretaria no contestó.
Me levanté y con un poco de mal humor recorrí los diez metros que separaban mi escritorio de la puerta. La abrí violentamente como para llamar la atención de Sofía —ella sabía que estaba ocupado y que no debía molestarme— pero no era ella la que golpeaba. Estaba ahí parado, alto, barba de varios días, mal vestido y me sonreía como si me conociera desde hacía muchos años.
—¿Sergio? —preguntó extendiendo su mano.
Minutos más tarde, sin ánimo alguno, lo escuchaba desde mi silla, escritorio y contratos de por medio.
—Hace dos días llegué de España. Viajé especialmente para hablar con usted.
No tenía acento español ni extranjero, debía ser argentino no más. Pero en ese momento solo pensé que hacía dos días yo también había llegado de España, donde estuve cerrando negocios pendientes de mi compañía.
—Un amigo suyo me dijo que usted podría ayudarme.
Pensé inmediatamente en Ruy. Otro amigo en España, que yo supiera, no tenía. Solo conocidos con quienes me unía una relación comercial.
—Necesito leerle unos escritos…
Calló y bajó la cabeza. Buscó algo en su bolso. Me intrigaba. No sabía quién era ni qué quería. Me preguntaba qué hacía con ese extraño en mi oficina. ¿Por qué Ruy me lo habría mandado justo a mí, teniendo tantos amigos y familiares en Santa Fe?
—Lo escucho.
Levantó la vista e inclinó un poco su cuerpo hacia el escritorio. Sacó del bolso un sobre marrón, tamaño oficio, y del sobre sacó unos papeles escritos a máquina, de esas viejas que ya no se fabrican más. Recordé la letra de mi vieja Olivetti negra italiana que guardaba celosamente en el altillo de casa como uno de los pocos recuerdos materiales de mi viejo.
Leyó.

No sé si servirá de algo decir que todo empezó en el año 1963…

Me llamó la atención el año. El año en que yo nací. Pero en ese momento no le di demasiada importancia.

Marcelo y Emilia recibieron —dicen— con alegría la llegada de su tercer hijo…

Sentí un escalofrío. Me acomodé en mi silla y miré con sorpresa e intriga a mi desconocido interlocutor.
Continuó la lectura en forma lenta, se lo veía tranquilo, y para mi asombro, las palabras de ese narrador en primera persona reflejaban la historia de mi propia vida. Lugares, personas, situaciones…
—¿De dónde sacó esos papeles? ¿Quién se los dio?
Solo me miró.
—¡¿Quién escribió eso?! —casi grité.
Felis Nasal continuó la lectura sin contestar.

Cuando me casé con María Luisa…

No podía ser verdad. Advertí que los papeles que leía estaban amarillos, eran viejos, y cualquiera que me conociera personalmente podría darse cuenta de que esos escritos hablaban de mí y pensar que yo mismo los había escrito.
Siguió la lectura durante casi media hora ante mi pasividad e impotencia para reaccionar. Escuché atentamente cada palabra, observé cada gesto de Felis Nasal cuando hacía alusión a los distintos aspectos de esa vida narrada, mi propia vida, incluso había datos que solo yo sabía que habían ocurrido y formaban parte de mis más íntimos secretos.
Intenté interrumpirlo en varias ocasiones, pero mi interés por seguir escuchando la historia y no sé qué otra fuerza interior me impedían hacerlo. Escuché cómo el narrador relataba el nacimiento de cada uno de sus tres hijos, Luisina, Josefina y Pedro, desde adentro de la sala de parto; lo que había sentido al abandonar su empleo público y la docencia después de tantos años; y todos los negociados que tuvo que hacer en tan poco tiempo para construir la empresa que ahora dirigía con tanto éxito, revelando ciertos hechos oscuros que eran sus secretos… y también los míos.
—¡¿Qué es lo que quiere!? ¡¿Quién carajo es usted?! —grité desesperado—. ¡Sofía!
Felis Nasal levantó la vista y con suma tranquilidad intentó apaciguar mis nervios.
—Queda solo un párrafo…

No sé por qué no me levanté y lo agarré del cuello y lo saqué a los empujones de mi oficina. Comencé a transpirar y presentí el significado de las últimas palabras. Y no me equivoqué. Segundos después Felis Nasal se incorporó tranquilamente, sacó de su cintura un 38, me apuntó, gatilló y luego de un estampido sordo y seco observé cómo, en cámara lenta, la primera bala se dirigía hacia mi frente.

6 comentarios:

  1. Qué maravilla, Felis! Alucinante!!

    Me hizo acordar un poco a El Otro, en un principio, pero el dramatismo que fue tomando luego los distanció perfectamente, sacando a la luz una originalidad que me encantó.
    Cariños!!

    Pd.: María Luisa, como la de Girondo!

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  2. Muy detallista lo tuyo... Sí, como la de Girondo...

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  3. lo de la olivetti era sierto!!.. groso texto

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  4. La Olga y la María de Girondo...pero hay algo más, mucho más imperceptible y es la continua muerte que nos damos a nosotros mismos en ese lugar que no nos gusta.

    Y del que nos avergonzamos.

    Y mucho...

    Te felicito, increíble relato.

    Te beso desde la bala...

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  5. tantas veces nos morimos o envejecemos en los relatos porque algo tenemos que hacer con la muerte. Ese agujero nos convoca a bordearlo, y hacemos equilibrio como una ecuyere de circo pobre en esta vida. QUe a la final no es tan mala. Me gusto que le gustara pero que sea el sol.Somos retro fasanelli. No esta nada mal eh??? parece que la vida no nos derribo, estamos ahi,berreando. ¿no es lindo? Un beso. nilda

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  6. qué lindo texto, felis! me enganché con ese diálogo que se abrió paso a puro golpe (de puerta, de palabras, de gestos, de ese otro que nos ronda y está peligrosamente cerca)
    ficcionalizar la piel para que el mapamundi de lo real se siga bifurcando, es un un lindo modo de chamullarle a la muerte...

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